Cuando la Divina Presencia nos acompaña

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stella benedetta
00domenica 22 gennaio 2006 17:22
Ejemplos de vida y milagros
[SM=x40790] Hola a Todos!!
Este espacio me gustaria dedicarlo a todos aquellos seres que trabajan intensamente por hacer de éste un mundo mas amoroso, mas justo y donde los ejemplos de vida, historias de fe y milagros, noticias destacadas de compasion y gestos solidarios sean nuestro pan de cada dia!! [SM=g27836] [SM=g27836]
Sin olvidar al protagonista de nuestro Forum, por supuesto, quien nos contagia esperanzas para que todos nosotros -y en especial los jovenes- puedan afianzarse en los claros mensajes del querido Pontifice. [SM=g27822]

(Cita de un texto de Saint Exupery)
Enseñame el arte de los pequeños pasos!
No pido milagros y visiones, Señor, pido la fuerza para la vida diaria.
Hazme hábil e inventivo para notar a tiempo, en la multiplicidad y variedad de lo cotidiano, los conocimientos y experiencias que me atañen.
Hazme seguro en la correcta distribucion del tiempo.
Obsequiame el tacto para distinguir lo primario de lo secundario.
Hazme comprender que los sueños poco ayudan al pasado y al futuro.
Ayúdame a hacer lo siguiente lo mejor que me es posible y a reconocer que esta hora es la mas importante.
Guardame de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien.
Obsequiame el sensato reconocimiento de que las dificultades, las derrotas, los fracasos, los contratiempos son una añadidura natural a la vida, que nos empujan a crecer y madurar.
Recuerdame que el corazon muchas veces hace huelga contra la razon.
Enviame en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor.
Tu sabes cuan necesitados estamos de la amistad.
Concedeme el estar preparado a éste el mas hermoso, mas dificil, mas arriesgado y mas delicado regalo que nos ofrece la vida.
Provéeme de la fantasia necesaria para entregar en el momento preciso, en el lugar adecuado un paquetito de bondad, con o sin palabras.
Haz de mi un ser humano con capacidad necesaria para poder alcanzar tambien a los que estan necesitados.
Preservame del temor del que podria perderme de vivir.
No me des lo que yo pido, sino lo que necesito.
Enseñame el arte de los pequeños pasos!
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stella benedetta
00mercoledì 25 gennaio 2006 19:39
La Aparicion de la Virgen en Salta, Argentina
El fenómeno de la Virgen de Salta
http://www.inmaculadamadre-salta.org/Inicio.htm
María Livia Galliano asegura tener visiones desde hace 13 años. En la actualidad, miles de personas peregrinan a un cerrito cada sábado, mientras la Iglesia está investigando a la vidente y las sanaciones que se han producido allí.
Testimonio de una corresponsal de prensa Claudia Echeverría (Chile)
Fui a Salta como católica, no como periodista. Pero lo que sucede allí es una experiencia espiritual única y maravillosa. Pensé compartirla porque la Santísima Virgen nos está invitando a todos.Les cuento de mi experiencia y lo que ocurre con miles de personas, creyentes y no creyentes, que suben el cerro en busca de respuestas...
En 1990, María Livia Galliano, una mujer casada, de 54 años aproximadamente, ama de casa y madre de tres hijos, empezó a tener locuciones internas de la Virgen. Al principio, María Livia creyó que todo era fruto de su imaginación, hasta que un día pudo ver en su hogar la imagen de una hermosa mujer, de voz celestial que dijo ser la Virgen María. Se le presentó mientras rezaba y le pidió permiso para entrar en su casa y en su vida, a lo que María Livia, sorprendida y emocionada, humildemente aceptó.
A partir de allí, la Virgen –que se hace llamar Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús– se le apareció habitualmente y comenzó a prepararla en la oración, el silencio y los sacrificios. También le fue revelando mensajes, los cuales pidió transmitiera a las monjitas del Carmelo de Salta, para que ellas los difundieran. María Livia fue hasta el Carmelo y contó lo que le estaba pasando. Las religiosas comenzaron a difundir los mensajes revelados desde 1990 hasta 2000.
Las peregrinaciones
La Virgen le indicó, en 1990, que el segundo de los Tres Cerritos, en Salta, sería el lugar de oración, donde debía construirse una iglesia en su honor. El cerro era propiedad de la familia Garat, de Buenos Aires. María Livia llegó hasta ellos y les transmitió la solicitud de la Virgen, la que fue concedida con la conversión de varios miembros de esa familia. Antes y durante ese tiempo, comenzaron a producirse milagrosas curaciones de niños y adultos que llegaron a orar al cerro, luego de que la ciencia médica no les dio más alternativas. Según el testimonio de María Livia, la Virgen pide que le lleven especialmente niños enfermos.
El año pasado comenzaron las peregrinaciones masivas, pese a que la devoción a “la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico” se conoce sólo de boca en boca. Ya han ido más de cien mil personas. Cabe señalar que, como aún no hay reconocimiento eclesiástico, la Iglesia Católica no participa en su difusión ni organización. Incluso, el obispo de Salta, Mario Antonio Carniello, si bien no ha prohibido ninguna manifestación de fervor, le pidió a María Livia que no publique los mensajes hasta que el caso esté más estudiado. Ella dejó de revelarlos desde el año 2000.
Según parece, tanto María Livia como los milagros y sanaciones están siendo estudiados por expertos, para ser enviados al Vaticano y obtener reconocimiento, lo que puede llevar años. Tal como ocurrió con otras apariciones, como Medjugorje en Yugoslavia o la Virgen de San Nicolás, ocurrida hace 20 años en Buenos Aires.
No obstante, los medios de prensa no han sido indiferentes y hasta Salta han llegado periodistas atraídos por esta experiencia de fieles de todas las clases sociales, desde reconocidos empresarios hasta campesinos que se unen en oración.
Las peregrinaciones se realizan todos los sábados y consisten en subir el cerro a las 2 de la tarde para rezar el rosario junto a la Virgen, que en ese momento se hace presente a los ojos de María Livia y de otras personas que dicen verla. Luego, la vidente hace una oración de intercesión, en la que ora por cada uno de los peregrinos. Ella aclara que no es una imposición de manos, puesto que no es sacerdote, sino simplemente una intermediaria entre María y Jesús, quienes se ponen a su lado y tocan el corazón de cada persona. Lo sorprendente es que mientras hace esto, muchos empiezan a caer tendidos, quedando algunos dormidos en el suelo, otros trastabillan y el resto se mantiene de pie. Esto lo hace durante horas, sin cansarse y bebiendo sólo agua.
De esas oportunidades han surgido fotografías inexplicables tomadas con cámara digital, donde aparece en el paisaje una hostia gigante en la que se ve la imagen de la Crucifixión. Y otra en la que detrás de un díptico –ubicado en un lugar de imposible acceso– se ve parte de la cara de una mujer con un velo que está con la cabeza inclinada, rezando. Una imagen que deja sin palabras…
Fui a Salta porque sentí que si la Virgen estaba allí no podía dejar de ir a verla y porque, de verdad, creo que somos seres limitados que necesitamos de milagros para perseverar en la fe. Fue así que partí con mis dos hijos, de 4 y 6 años, y 800 argentinos en 11 buses, en un viaje de 20 horas.
Llegar a Salta fue reconocer un paisaje muy parecido al del norte chileno, con mucha montaña y muy seco. Esa noche se nos dio la oportunidad de asistir a una misa en la capilla del Carmelo. Apenas entramos, percibí olor a nardos, aunque en la capilla no había esa flor. Además, que no era su época. Después, me contaron que es el olor que emana la presencia de Jesús. Luego entraron María Livia con su marido, quienes participaron de la misa.
Al otro día partimos al cerro. La subida no fue tan fácil como suponía, pero me sorprendí al ver gente mayor pasarme sin dificultades. En la cima uno se encuentra con una ermita de piedra muy chiquita, en cuyo interior hay una imagen de la Virgen modelada en yeso por las carmelitas según les iba describiendo María Livia. Allí varias personas vieron a la imagen derramar lágrimas. Otras sintieron el penetrante olor a rosas durante el rezo del rosario. Pero lo más sorprendente fue la “Oración de Intercesión”. Cuando me contaron que la gente caía hacia atrás como pluma, nunca me imaginé que serían tantas personas. Cuando fue mi turno, mi único deseo era mirar a María Livia a los ojos, pero, apenas me tocó el hombro, caí hacia atrás. Me dijeron que estuve en el suelo por un lapso largo. Lo que recuerdo es que algo me empujó, luego vi una luz muy blanca y brillante que se tornó de un azul violeta índigo y sentí una enorme paz y tranquilidad difícil de expresar. Luego desperté y pude ver a mi pequeña hija muy tranquila mirándome y preguntándome: “¿Dormiste con la Virgen?”. Ella también había caído, pero se incorporó rápido. Hubo gente que no cayó o no sintió, pero María Livia dijo que todos, sin distinción, reciben “gracias especiales” del cielo.
Yo, gracias a Dios, fui con mis niños sanos, pero pude ver la fe y la devoción de tantas madres que acudían con sus hijos o parientes enfermos y de los cuales ya hay testimonios de curaciones extraordinarias por medio de la intercesión de la Virgen. La verdad, ir a Salta fue una experiencia preciosa que quise humildemente compartir, para que aquellos que puedan, concurran, porque si eso es una muestra mínima de lo que es “el amor de Dios y el cielo”, vale la pena esforzarse por llegar a El. http://www.cosas.cl/Index.aspx?txtBuscador=&id_tipo=1329&id_tema=2022&IDDoc=1049808

" BENDITO Y ADORADO SEA
EL SACRATÍSIMO CORAZÓN
EUCARÍSTICO DE JESÚS”
“HAY QUE JUNTAR EL REBAÑO
ANTES QUE OSCUREZCA.
NO HE VENIDO A CRITICAR NI A DESTRUIR, SINO A CONSTRUIR”
Salta - Argentina - 1990
TERESA BENEDETTA
00mercoledì 8 febbraio 2006 01:06
MUCHAS GRACIAS, STELLA ... POR EL TEXTO DE SAINT-EXUPERY, PORQUE DE UN GURU MIO EN LOS ANOS 80, APRENDI REZAR 'QUE YO SEA ORDINARIA' EN EL SENSO QUE TENIA SAINT-EXUPERY... Y POR EL CUENTO DE SALTA - NO HABIA OIDO NADA SOBRE ESTO ANTES, PERO ME IMPRESIONO MUCHO LO QUE ESCRIBE LA CORRESPONSAL CHILENA ... ME GUSTARIA IR A SALTA CUANDO TENGO LA OPORTUNIDAD, HOJALA ESTE ANO
(PUEDE SER QUE IRE A ARGENTINA PARA ARREGLAR UNOS ASUNTOS EN BUENOS AIRES Y BARILOCHE)...
@Nessuna@
00giovedì 9 febbraio 2006 07:36
Historia de un aborto no realizado
Por amor decidimos tener a nuestra hija


Historia de un aborto no realizado

Soy la orgullosa mamá de cinco maravillosos hijos. Me casé en el año de 1975 a la edad de 27 años, de todos los embarazos tengo algo hermoso que platicar, pero me quiero centrar en el de nuestra cuarta hija, Diana Laura.

En el año de 1983, sin tenerlo "planeado" quedé embarazada, yo lo ignoraba y acudí a que se me realizara una serie de radiografías del pecho, para que el médico estudiara algo de mi corazón. Médicamente fui programada para realizarme un aborto.

Mi esposo y yo, de creencia católica y fieles a nuestra iglesia, tomamos la firme determinación de que el embarazo siguiera su curso y por ello, fuimos fuertemente criticados por los médicos de esa institución hospitalaria federal, porque, según ellos, dentro de mí, estaba engendrando un “monstruito” (así me lo dijo una doctora) y nos orillaron a encararnos con el ginecólogo en jefe.

Este doctor, nos sorprendió gratamente, porque sus palabras fueron más o menos las siguientes: “Mire madrecita, yo no conozco cuales sean sus creencias, ni sus pensamientos, pero yo no soy un médico abortista y por lo tanto, usted debe prepararse para recibir a su bebé. Yo le aseguro que la cantidad de radiación que recibió no dañó al producto. ¡Que alivio encontrar a un médico que nos entendía!

Nuestra decisión fue acompañada de la guía espiritual de un bellísimo fraile franciscano, el cual nos brindó el consuelo moral que tanto necesitábamos, sin embargo, fueron los meses más angustiosos en una espera inquietante, porque estábamos dispuestos a todo, y nuestra fe en el que todo lo puede, era no muy firme, no nos abandonamos a su misericordia y a su amor.

Todas las noches, rezaba una de nuestras hijas, “Diosito, te pido que la fotografía no le haga daño a mi hermanita”. Toda la familia, vivía nuestra angustia.

El 9 de octubre, de ese mismo año, nació nuestro regalo de Dios, ¡que desperdicio hubiéramos hecho de haber abortado a nuestra hija!. Ella nació mental y físicamente sana. El parto, único en experiencia, porque nació en la cama, en el cuarto de espera del hospital (no en la sala de expulsión) y al instante la colocaron en mi regazo, la examiné y aun no me canso de agradecer a Dios por este regalo.

Pienso que si ella, hubiese tenido algún impedimento, si fuera una de tantos de esos niños con discapacidad, igualmente sería amada, estamos seguros de que cada hijo es un regalo que Dios nuestro Señor nos presta para que los disfrutemos, cuidemos, amemos.

Actualmente Diana Laura, cursa el sexto semestre de preparatoria, sueña con ser maestra de danza, es sana, alegre, estudiosa, entregada a sus sueños y sabe que por amor, ella vive; sabe que Dios nuestro Señor le tiene un camino señalado para que ella sea un fiel testimonio de que a pesar de lo que médicamente esta establecido, El es el dueño de nuestras vidas.

Gracias Señor.




Autor: Elva Leticia Castro de Rocha

@Nessuna@
00giovedì 16 febbraio 2006 07:56
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Y pensé que Dios sería...
...Sabio y cariñoso, sincero y asequible, bueno como un Padre.


Y pensé que Dios sería...

Vi los giros de un águila en el cielo: energía, altura, atrevimiento, grandeza. Y pensé que Dios sería sublime, solemne, majestuoso, soberanamente libre.

Vi la filigrana de una flor exótica, los insectos tan variados que en ella paseaban, la delicadeza de sus estambres y el color violáceo de sus pétalos. Y pensé que Dios sería artista, lleno de fantasía, delicadeza y buen gusto.

Vi el caminar sereno de un anciano, sus ojos pequeños, su mirada profunda, su bastón tembloroso y las caricias con las que recibía a uno de sus nietos. Y pensé que Dios sería sabio y cariñoso, sincero y asequible, bueno como un Padre.

Vi un hombre que tramaba nuevos males. Con su libertad ha escogido matar, despiadadamente, a hombres y mujeres desprevenidos. Y pensé que Dios había arriesgado mucho al dar la libertad a quienes son capaces del mal casi sin límites, de egoísmos atroces, de venganzas despiadadas.

Vi una enfermera que humedecía con ternura los labios de una anciana moribunda. Y pensé que Dios no se equivocó al hacernos libres: simplemente puso en nuestras manos posibilidades de amor y de servicio con quienes sufren y lloran a mi lado.

Vi un sacerdote que repartía, generosamente, el Cuerpo de Cristo. Sin distinguir si se acercaban pobres o ricos, ancianos o niños, hombres o mujeres, pecadores o santos. Y pensé que Dios sería asequible como un pedazo de pan, dispuesto a darse a todos, deseoso de repartir gracia y vida a quienes lo acogen con fe y lo aman como hijos perdonados.

Vi un Evangelio y empecé a leer palabras de esperanza y de vida. Me hablaban de misericordia, de una alegría inmensa por los pecadores que dejan de vivir como errabundos, de un Jesús Hijo y hermano que busca la oveja perdida. Y pensé que Dios sería un Padre loco de amor, porque prefirió dejar morir al Hijo antes de enviar azufre y fuego para destruir a quienes vivimos en pecado.

Vi una noche llena de estrellas que temblaban encima de un viejo cementerio. En las tumbas, cruces de madera, de mármol o de cemento querían levantarse al cielo, recoger aquellos restos, invitar al visitante a soñar en la patria verdadera, conquistada con la Sangre de un Cordero. Y pensé que Dios me ama como nadie, me espera con anhelos de encuentro, me tiende una mano taladrada para que pueda subir, poco a poco, hacia un abrazo eterno. Que Dios sería misericordia infinita, amor completo, locura de entrega, caridad tierna y fresca como rocío mañanero...







@Nessuna@
00giovedì 16 febbraio 2006 08:44

Autor: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net
Todos llamados a ser santos
“Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal. Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de paz que necesita la sociedad

La fiesta de todos los santos nos recuerda la multitud de los que han conseguido de un modo definitivo la santidad, y viven eternamente con Dios en cielo, con un amor que sacia sin saciar. Es también la fiesta de todos os que estamos llamados a unirnos a los que forman la Iglesia triunfante: nos anima a desear esa felicidad eterna, que solo en Dios podemos encontrar. Vivimos en esperanza, somos varones de deseos (como el profeta Daniel), de que Dios saciará todo el afán de felicidad que anida en nuestro corazón, como decía San Agustín: “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. San Pablo dice que nadie puede imaginar las maravillas que Dios nos tiene reservadas. Saciarán sin saciar, y este pensamiento de plenitud nos ha de ayudar a llevar la cruz de cada día sin caer en conformarnos con premios de consolación, con pequeñas compensaciones efímeras, que a la hora de la verdad son engaños, cartones repintados que defraudan las ansias de cosas grandes de nuestro corazón.

San Juan Apóstol, que en sus años mozos siguió al Señor, nos dice ya en su madurez que vale la pena: “El que existía desde el principio, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos... lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su hijo Jesucristo. Esto os lo escribimos para que vuestra alegría sea completa” (1 Juan, 1). Estamos llamados a pertenecer a la familia de Cristo, desde toda la eternidad hemos sido pensados, amados, para este fin, y para ello hemos sido creados: predestinados como hijos queridísimos, por puro amor (como comienza diciendo la carta a los Efesios. Esta gratuidad de la llamada a la amistad con Dios está desarrollado en muchos otros lugares como 1Tes. 4,3).

"La meta que os propongo -mejor, la que nos señala Dios a todos- no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que ha encontrado a Jesús que pasa ‘quasi in occulto’ por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día. En esta época de desmoronamiento general, de cesiones y desánimos, o de libertinaje y de anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción...: estas crisis mundiales son crisis de santos” (san J. Escrivá).

Para ello tenemos los medios de siempre, que hay que adaptar a las circunstancias de cada vida: oración y sacramentos, que son medios y no fines, el fin es al que se va avanzando como el que va hacia una luz, paso a paso: con la gracia de Dios, y la lucha alegre, vamos hacia Jesús, a corresponder a su amor con nuestra correspondencia que se manifiesta en la sensibilidad para hacer la voluntad de Dios. Con estos medios tenemos experiencia de Dios, como la tuvo Moisés en el Monte Sinaí ante la zarza ardiendo sin consumirse, cuando se le manifestó el Señor diciéndole: “descálzate porque este lugar es santo”, y cuando bajó del monte, cuando su faz reflejaba la luz divina. Es también la experiencia de San Pablo camino de Damasco: ciego ante la luz, para penetrar en la luz interior. Eso es la santidad: sentir a Dios en nosotros, sentirse mirados por Dios que tira de nosotros con suavidad y fuerza hacia arriba, si le tomamos la mano que nos ofrece para que allá donde está Él también vayamos nosotros. Esa determinación de seguir a Cristo se va desplegando en una serie de virtudes que al procurar vivir con alegría y constancia, se va haciendo heroísmo.

Ha dicho Jesús: “Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal. Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de paz que necesita la sociedad. La gran solución para todo, es la santidad: ese encuentro personal con Dios, que ponemos –ante el ofrecimiento de su gracia- buena voluntad, es decir correspondencia: lucha, esfuerzo personal por ser mejores y hacer el bien, pues la fe, si no va unida a las obras, está muerta.
En esta vocación que es la vida, escucha y correspondencia, diálogo abierto del hombre con Dios, parece que lo más importante es lo que hacemos nosotros sin embargo luego vemos que en realidad lo fundamental es lo que hace Dios, de ahí la vida como “dejar hacer” a Dios, como ofrenda agradecida, de acción de gracias. Decía P. Urbano que “un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios, a fuerza de vaciarse de sí... un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza… un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle... El quid de la santidad es una cuestión de confianza: lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto el ‘yo hago’, como el ‘hágase en mí’... El santo ni ama, ni cree, ni espera a solas: él siempre cuenta con el Otro. Por eso el santo confía... uno de esos que se fía de Dios. Pero hay que decir que, antes, Dios se ha fiado de él”. Y la meta es inabarcable, siempre en construcción: “¿La cima? Para un alma entregada, todo se convierte en cima que alcanzar: cada día descubre nuevas metas, porque ni sabe ni quiere poner límites al Amor de Dios”.

@Nessuna@
00lunedì 20 febbraio 2006 08:01
Autor: www.reinadelcielo.org | Fuente: www.reinadelcielo.org
¿Qué tienes para ofrecerle a Dios?
No sólo de lo que nos sobre, sino de aquello que nos cuesta, de lo que no tenemos en abundancia.


¿Qué tienes para ofrecerle a Dios?

Nuestro tiempo, nuestra inteligencia, nuestro esfuerzo, nuestros talentos, nuestro dinero, nuestra salud y vitalidad, nuestro amor. ¿Acaso algo de esto es nuestro? No, nada, absolutamente nada. Todo es de Dios, proviene de Dios. Nosotros mismos no somos nada, sin Dios. No perduramos un instante sin Su Voluntad de que sigamos vivos. Pongámoslo en claro, si Dios no contuviera la acción del mal sobre nosotros bajo la forma de enfermedad y penurias de todo tipo, pues nada seríamos. Todo lo que tenemos pertenece a Dios, que es el Creador y Único dueño de todo lo que vemos, de todo lo que somos.

De este modo, la pregunta en realidad debiera ser ¿Qué tienes para devolverle a Dios? Porque de El provienen todas las Gracias, materiales y espirituales, todo lo bueno que somos o tenemos. Cuando desarrollamos un talento, con esfuerzo, no hacemos más que sacar a la luz algo que Dios puso en nosotros mismos, como potencial. Cuando tenemos éxito laboral o profesional, y acumulamos dinero y bienes, gozamos de la Gracia de Dios que recompensa de éste modo el trabajo digno, bien hecho, con honestidad. Cuando caminamos y vivimos lozanamente, con salud y vitalidad, gozamos de la bondad del Señor que quiere que seamos parte de la maravillosa obra que El creó, en armonía y perfección.

Y sin embargo, qué miserables que somos. Empezando con nuestro tiempo: lo desperdiciamos en mil cosas vanas, como reuniones sociales, o simple distracción frente a un televisor o una revista. Y cuando dedicamos un minuto a nuestro Jesús, nos sentimos como si El hubiera arrancado una parte importante de nuestra vida. Medimos cada minuto que dedicamos a Dios, ya sea a través de la caridad y ayuda a los demás, como a la oración, o a estudiar y crecer en el conocimiento de Sus cosas. Y humanamente nos ufanamos de lo hecho, queremos crédito y reconocimiento, como si Jesús no mereciera le donemos toda nuestra vida, en agradecimiento por tanto amor recibido.

También somos miserables con nuestro dinero: lo malgastamos en mil cosas vanas, ropas, salidas, cigarrillos, artefactos electrónicos de la más moderna y reciente tecnología, adornos y construcciones pasajeras. Mientras tanto, si ponemos un peso en la caridad lo miramos como si fuera un millón. ¡Cómo voy a poner tanto! No medimos con la misma vara el dinero que derrochamos, que el que donamos al Señor y a Sus hermanos, los que lo necesitan. Cuando viene a nuestra alma la idea de hacer alguna obra de caridad, estalla la pregunta en nuestro interior: ¿cómo voy a gastar tanto? Las dudas afloran de inmediato: mi esposo jamás justificaría que regale este dinero, mientras compramos ropas y zapatos carísimos sin musitar, o gastamos nuestro dinero en costosos cortes o teñidos de cabello. O también: mi esposa pensará que estoy loco si derrocho este dinero en obras de caridad, mientras fumamos como sapos o compramos finos zapatos o ropas sport. ¡Que grandes miserias anidan en nuestra alma!

Y nuestro esfuerzo: no somos capaces de dedicar nuestro sudor a ayudar a tantos niños necesitados, pero sí a nuestros propios hijos, por los que damos todo. Para unos si, para otros no. Un regalo de Navidad, un juguete, es para nuestros hijos la obligación de que sea lo mejor. Para otros niños pobres y humildes, con algo hecho o comprado así nomás, es suficiente. ¿Qué saben estos niños, de todos modos, de lo que es bueno, de lo que es perfecto o costoso? Ponernos a trabajar, para dar algo bueno a los demás, parece tiempo y esfuerzo desperdiciado. ¿Cómo voy a perderme tantas horas, o noches hasta tarde, si estoy tan ocupado u ocupada? Quizás pienso esto, mientras contamino mi alma mirando televisión o caminando por decimonovena vez por el corredor del mismo shopping mall.

¿Qué puedo devolverle al Señor, de todo lo que El me ha dado? Esa es la pregunta. No sólo de lo que nos sobre, sino de aquello que nos cuesta, de lo que no tenemos en abundancia. Nos debiera dar vergüenza el tener tanto pero tanto, comparado con otros, y disfrutarlo sin más. Sin pensar en agradecer, en devolver, en compartir. ¡Qué egoístas que somos! El Señor sufre con nuestros corazones que están tan cerrados. Miremos hacia arriba, hacia el Cielo, y veamos Sus Ojos húmedos, que suplicantes nos piden:

Dame tu amor, dáselo a los que no tienen, comparte Mis Gracias, sé un ejemplo de Mi infinita Bondad, Mi entrega, Mi Misericordia. ¿Acaso no ves cómo te amo?

@Nessuna@
00mercoledì 22 febbraio 2006 06:01
Dar a Cristo
Siento urgencia de dar a Cristo, porque tantos hermanos míos me lo piden sin saberlo.


Al mirar a nuestro alrededor podemos pensar que no quedan espacios para Cristo ni para la Iglesia. En ambientes del mundo de la ciencia, de la cultura, de la política, del espectáculo, la religión católica parece estar excluida, si es que no recibe ataques continuos, ironías llenas de rabia, o simplemente una ignorancia y un vacío llenos de desprecio. Otros separan a Cristo de la Iglesia, y consideran que es posible aceptar a Jesús de Nazaret sin tener que adherirse a la Iglesia católica. No falta quien reduce a Cristo a un simple hombre, a un iluso, a un fracasado, o, peor aún, a un mito inventado por mentes perturbadas.

Ante este panorama, hay católicos que pueden sentirse desanimados. ¿Para qué hablar de Cristo? ¿Qué sentido tiene el ser cristianos en una sociedad cada vez más descristianizada? ¿No estará por llegar la hora en la que hay que encerrarse en las propias convicciones sin transmitir nuestra fe a los otros?

Esta mirada y estas reflexiones son incompletas y parciales. Más allá de lo que aparece, de lo que se ve, de lo que se dice, hay una acción continua y profunda de Dios en miles de corazones. A la vez, muchos de los que dan señales de hostilidad hacia lo católico, hacia Cristo, tienen un hambre profunda de felicidad y de paz, un deseo ardiente de luz y de amor, una nostalgia de algo que ni la medicina, ni la técnica, ni la política, ni los placeres pueden ofrecerles.

Las noticias de conversiones famosas son sólo la punta de un iceberg, la parte muy pequeña de miles, millones de caminos que llegan a Cristo, a la Iglesia. Los casos de Charles de Foucauld, André Frossard, Manuel García Morente, Gilbert Chesterton, Giovanni Papini, Agostino Gemelli, el Padre Trampitas, representan una mínima parte de tantas vidas que llegaron, un día, a decir como san Pablo: Cristo me amó y dio su vida por mí (cf. Ga 2,20).

Pero otros miles, millones de corazones, no dan el paso. Tendríamos que preguntarnos qué más podemos hacer por ellos, cómo testimoniarles nuestra fe, cómo tenderles la mano para que también ellos sean capaces de abrir los ojos y sentir que hay un Amor que los espera, que los acoge, que los lava, que los transforma internamente.

Nuestra palabra, sobre todo nuestro ejemplo, serán una ayuda sencilla y humilde, eficaz y gozosa, a quienes necesitan esperanzas. Tal vez no nos lo pidan, tal vez se muestren indiferentes a nuestra presencia, pero algún día estarán en condiciones de abrirse a Dios. Es bella esa ayuda que permite dar el gran paso, que introduce en el libro de la vida.

El hombre de hoy, como el de hombre de siempre, necesita respuestas ante el misterio del mal y de la muerte, de la angustia y de la caducidad de todo lo que pasa ante sus manos. Necesita, sobre todo, llegar a la plenitud del amor, a la certeza de un Dios que dio su vida por nosotros. En ese amor abrirá los ojos y verá un horizonte insospechado. Dará sentido a muertes dolorosas y a enfermedades extenuantes. Aprenderá a vivir para dar, porque habrá experimentado que quien tiene a Cristo necesita testimoniar, desde el amor, el gran regalo que ha recibido.

“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). Todos podemos incluirnos en ese “nosotros”, porque el amor de Cristo no excluye a nadie. Ni siquiera al hombre que se muestra satisfecho y autosuficiente, cuando en realidad sufre angustias de muerte al perseguir sombras de alegrías pasajeras...

Quien conoce a Cristo, quiere comunicarlo a quienes viven a su lado. En palabras de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI, “no puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán” (Benedicto XVI, carta encíclica “Deus caritas est”, n. 14).

Siento urgencia de dar a Cristo, porque tantos hermanos míos me lo piden sin saberlo. Así algún día podremos abrazarnos, en la misma fe, en el mismo amor, como Iglesia, como parte de un Cristo que quiere serlo todo en todos (cf. Col 3,11).



@Nessuna@
00martedì 28 febbraio 2006 06:34
Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net
La noche más larga de la historia
Ante la inhumanidad de los hombres Dios calla, acepta, ama, sufre y redime en silencio.


La noche más larga de la historia

Titularía está contemplación "The longest night" (la noche más larga). Vamos a contemplar la noche más larga de la vida de Jesucristo: Desde el prendimiento en el huerto de Getsemaní hasta el alba del viernes santo.

Todo ser humano desea ser respetado, ser tratado como lo que es. Todo ser humano tiene el sentido de la dignidad. Tiene también el sentido del honor. Y está dispuesto a morir antes de ver violado su honor. Un hombre digno pone el honor por encima de todo: Del mundo, de las cosas, del dinero, del bienestar, del placer. Prefiere ser un mendigo, pero que nadie le escupa, que nadie le abofetee. Cuando se viola el honor, el hombre se rebela y está dispuesto a lo que sea con tal de hacer respetar su honor o de verlo resarcido.

Cristo fue herido, acribillado, en su honor de hombre, en la noche más larga de la historia humana. Más todavía, fue destrozado en su honor de Hijo de Dios. Psicológicamente, el tiempo como que se detuvo en aquella noche de la ignominia.


Aplicación de sentidos

Quiero detenerme a ver el honor de Cristo destrozado por sus mismos amigos. Cristo ha dado su corazón y su amistad a unos hombres, y éstos se muestran indignos de esa amistad, la violan, e hieren así a Jesucristo en su dignidad de amigo.

Contemplemos la traición de Judas: Llega con un tropel de soldados y le traiciona de la manera más indigna: Con un beso. Con todo, Cristo le llama amigo. ¡Qué mansedumbre de la mirada de Jesús a éste pobre desgraciado! ¡Con qué amistad, con qué amor miraría a Judas! ¡En vano!

Traicionado por Pedro, que no lo reconoce, que reniega de Jesús. Con su negación pisotea el honor de Jesús que se ha dignado contarle entre sus amigos y discípulos. ¡Qué penetrante debió ser la mirada de Jesús, y a la vez qué dulce, para que Pedro, que le ha negado, salga del palacio de Caifás y comience a llorar amargamente!

Abandonado por todos los apóstoles: "Todos lo abandonaron", constata el evangelista. ¿Dónde están? Perdidos en medio de la ciudad, en la oscuridad de la noche, descontrolados, temerosos de ser reconocidos como discípulos de Jesús. La dignidad de la amistad, ¡qué bajos fondos toca en el alma de estos apóstoles!

Abandonado también por su pueblo. El pueblo que había recibido tantos beneficios de él, que le había escuchado, que había sido curado por él...en el palacio de Pilatos no sabe sino gritar: "¡Crucifícale! ¡crucifícale!".

Podemos aplicar también los sentidos a contemplar a Cristo deshonrado, tratado inhumanamente, siendo inocente. Tratado no sólo como criminal, sino como deshecho de hombre: Primero, abofeteado por un esclavo; luego escupido por unos cuantos soldados, medio borrachos; además, azotado, coronado de espinas sin piedad...En esas horas nocturnas se acumula toda la brutalidad del mundo contra Jesús, toda la ignominia del hombre.

La visión de fe

La visión de fe, ¿qué descubre en todo esto? En primer lugar, a la fe impresiona el silencio de Dios. Ante la inhumanidad de los hombres Dios calla; acepta, ama, sufre y redime en silencio. Nosotros nos hubiésemos rebelado, no hubiésemos permitido eso. Dios, que tenía poder de cambiar la escena, no lo hizo. Con su silencio descubre al hombre lo salvaje que es cuando se deja llevar del instinto de su naturaleza. Quiere hacer ver al hombre el abismo al que ha descendido como ser humano: No es digno de llamarse hombre. Por todo eso, Dios guarda silencio, un silencio que quiere ser enormemente elocuente.

La visión teologal nos ayuda también a descubrir la fe de Dios en el hombre. En todo hombre se esconde una fiera y un ángel. En esa noche el hombre ha demostrado con Jesús toda su bestialidad. Ha demostrado hasta donde puede llegar su alma de fiera. Jesucristo conoce, sin embargo, el corazón del hombre y tiene fe en el ángel que anida en su corazón. Calla, acepta, sufre como Dios para despertar ese ángel dormido que existe en todo ser humano; para redimir al hombre de esa bestia que lleva en el corazón, para matarla, y así lograr que el ángel, ya despierto, pueda vivir y manifestarse. Cristo tiene fe en el hombre, capaz de ser convertido en un verdadero hombre a la medida del salvador, el hombre nuevo.

¿Por qué sufre Cristo tanta ignominia? "Permanece de rodillas inmóvil y silencioso, mientras el impuro demonio envolvía su espíritu con una túnica empapada de todo lo que el crimen humano tiene de odioso y atroz...¡Cuál fue su horror cuando al mirarse no se reconoció, cuando se sintió semejante a un impuro, a un detestable pecador! Sus labios, su corazón eran como los miembros de un pérfido y no como los de Dios. Son esas las manos del Cordero inmaculado de Dios hasta ese instante inocentes, pero rojas ahora por mil actos bárbaros y sanguinarios. Son esos los labios del Cordero, ahora profanados por las visiones malignas y las fascinaciones idólatras en pos de las cuales abandonaron los hombres a su adorable creador. Su corazón está congelado por la avaricia, la crueldad, la incredulidad. Su memoria misma está cargada con todos los pecados cometidos desde la caída en las regiones terrestres. Así se ve a sí mismo Jesús hasta no reconocerse" (Martín Descalzo).

¿Por qué? Por mí, para mí y en lugar mío. Por la humanidad, para la humanidad y en lugar de la humanidad. Esta es la verdadera visión que nos da la fe, ante el misterio de la pasión de Cristo.





@Nessuna@
00domenica 5 marzo 2006 23:13



El Espíritu Santo, en cierto sentido, nos necesita, según el predicador del Papa
El padre Raniero Cantalamessa comenta el Evangelio del próximo domingo


¿Podemos –o debemos— ser instrumentos del Espíritu Santo? A dos semanas de la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, el padre Raniero Cantalamessa --predicador de la Casa Pontificia-- aborda esta cuestión en su comentario al Evangelio de la liturgia del próximo domingo (Jn 14,15-21).


* * *


Juan (14,15-21)

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros».

En el Evangelio Jesús habla del Espíritu Santo a los discípulos con el término «Paráclito», que significa consolador, o defensor, o las dos cosas a la vez. En el Antiguo Testamento, Dios es el gran consolador de su pueblo. Este «Dios de la consolación» (Rm 15,4) se ha «encarnado» en Jesucristo, quien se define de hecho como el primer consolador o Paráclito (Jn 14,15).

El Espíritu Santo, siendo aquel que continúa la obra de Cristo y que lleva a cumplimento las obras comunes de la Trinidad, no podía no definirse, también él, consolador, «que estará con vosotros para siempre», como le define Jesús. La Iglesia entera, tras la Pascua, ha hecho experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aliado, en las dificultades externas e internas, en las persecuciones, en la vida de cada día. En los Hechos de los Apóstoles leemos: «La Iglesia se edificaba y progresaba en el temor del Señor y estaba llena de la consolación (paráclesis) del Espíritu Santo» (9,31).

Debemos ahora sacar de esto una consecuencia práctica para la vida. ¡Tenemos que convertirnos nosotros mismos en paráclitos! Si es verdad que el cristiano debe ser «otro Cristo», es igualmente cierto que debe ser «otro paráclito». El Espíritu Santo no sólo nos consuela, sino que nos hace capaces de consolar a nuestra vez a los demás. La consolación verdadera viene de Dios, que es el «Padre de toda consolación».

Viene sobre quien está en la aflicción; pero no se detiene en él; su objetivo último se alcanza cuando quien ha experimentado la consolación se sirve de ella para consolar a su vez al prójimo, con la consolación misma con la que él ha sido consolado por Dios. No contentándose así con repetir palabras de circunstancia que dejan las cosas igual («¡Ánimo, no te desalientes; verás que todo sale bien!»), sino transmitiendo el auténtico «consuelo que dan las Escrituras», capaz de «mantener viva nuestra esperanza» (Rm 15,4). Así se explican los milagros que una sencilla palabra o un gesto, en clima de oración, son capaces de obrar a la cabecera de un enfermo. ¡Es Dios quien está consolando a esa persona a través de ti!

En cierto sentido, el Espíritu Santo nos necesita para ser paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, manos, ojos para «dar cuerpo» a su consuelo. O mejor, tiene nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca. Cuando el Apóstol exhorta a los cristianos de Tesalónica diciendo: «Confortaos mutuamente» (1Ts 5,11), es como si dijera: «haceos paráclitos» los unos de los otros. Si la consolación que recibimos del Espíritu no pasa de nosotros a los demás, si queremos retenerla egoístamente para nosotros, aquella pronto se corrompe.

De ahí el porqué de una bella oración atribuida a San Francisco de Asís, que dice: «Que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar...».

A la luz de lo que he dicho, no es difícil descubrir que existen hoy, a nuestro alrededor, paráclitos. Son los que se inclinan sobre los enfermos terminales, sobre los enfermos de Sida, quienes se preocupan de aliviar la soledad de los ancianos, los voluntarios que dedican su tiempo a las visitas en los hospitales. Los que se dedican a los niños víctimas de abuso de todo tipo, dentro y fuera de casa.

Terminamos esta reflexión con los primeros versos de la secuencia de Pentecostés, donde el Espíritu Santo es invocado como el «consolador perfecto»: «Ven, Padre de los pobres; ven, Dador de gracias, ven, luz de los corazones. Consolador perfecto, dulce huésped del alma, dulcísimo alivio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto».


Padre Raniero Cantalamessa
@Nessuna@
00lunedì 6 marzo 2006 20:18

Autor: Jorge Loring S. L.
El Saco de Plumas
Sobre la envidia y la calumnia


El Saco de Plumas
Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado.

Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo:

"Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?", a lo que el hombre respondió: "Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas". El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas.

Volvió donde el sabio y le dijo: "Ya he terminado", a lo que el sabio contestó: "Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas".

El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo: "Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".

@Nessuna@
00mercoledì 8 marzo 2006 04:32
Ser como niños

El Diurnal de JAI
blogs.periodistadigital.com/eldiurnaldejai.php

“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: Os aseguro que si no cambiáis y os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios” (Mt 18, 2-3)

Quienes se quedan solo en la literalidad del texto o leen el mismo con afán ofensivo no dudarían en afirmar que Jesucristo nos quiere infantiles asumiendo esta expresión como inmaduros, manipulables, incapaces de pensar y reaccionar... Pero con poco que pensemos o seamos capaces de observar detenidamente a un niño sabremos que lo que Jesús nos está diciendo está muy lejos de esa interpretación que resulta absurda.
Quienes son padres de familia tienen la suerte de poder descubrir cada día lo que los hijos van enseñando, las puertas que van abriendo y como desde sus mas tiernas expresiones formulan las grandes verdades de la existencia humana.
Quienes, por otra parte, no tenemos hijos hay momentos y oportunidades en la vida en las que Dios nos concede el regalo de poder recibir de los niños lo que los padres tienen a su alcance cada día.
El pasado Domingo, y de una forma totalmente inesperada, la responsable de la catequesis de los más pequeños de mi parroquia (seis y siete años) me llevó al hospital lo que ese día por la mañana habían trabajado en la catequesis.
Si los mas pequeños hicieron un mural en el que recordaban a su párroco, le pedían que se recuperara pronto y le decían todo lo que le querían, algo que difícilmente resiste la emoción en el corazón mas endurecido, lo de los compañeros de segundo curso ya no tuvo desperdicio. Cada uno de los niños en un folio realizó un dibujo alusivo al recuerdo hacia su cura y con frases cariñosas y deseos de recuperación pero, a parte del significado humano de las frases que escribían y pintaban, reflejaban todo un mundo que muchas veces nos queda muy lejos de los adultos.
No faltaban campos de fútbol, tanques, algún que otro cohete e incluso uno de ellos, con una perfección artística notable para su edad dibujo a una enfermera diciéndole al paciente encamado “Usted está muy bien ya puede volver a la Iglesia” a lo que el paciente, que se supone que era yo, respondía desde la cama: “Qué bien, que contento estoy”.
Hay experiencias en la vida que uno va guardando en lo profundo de su corazón pero la gran cantidad de cosas y evocaciones que los niños de mi parroquia me hicieron llegar el domingo son y serán algo muy especial.
Detrás de cada dibujo, por mas raro y poco apropiado que fuese, se encontraba el recuerdo de un niño hacia su párroco. Y un recuerdo sincero, noble, sin adornos ni falsedades cubiertas de cortesía.
Ojalá, y ahora lo entiendo mucho mejor, que durante esta cuaresma pudiésemos, de verdad, cambiar y hacernos como niños. Es seguro que estaríamos mucho mas cerca del Reino de Dios y, además, seríamos más felices.

“El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación”. (Salmo 23)


@Nessuna@
00mercoledì 8 marzo 2006 04:32

agencia-jai Martes, 7 Marzo 2006 14:09 Enlace Permanente Comentarios (0)

Con un montón de oraciones y mucho agradecimiento a la espalda

El Diurnal de JAI
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Esta mañana he recibido el alta hospitalaria y desde casa ya puedo, poco a poco, volver a intentar retomar la normalidad de la vida diaria aunque eso va a ser bastante difícil.
El trato de médicos, enfermeras, auxiliares... ha sido exquisito sobre todo por una nota que suele destacar siempre uno de los blogs de mas abajo, por su excelente humanidad en el trato, la comprensión y todo aquello que va más allá de la pura ciencia y que muchas veces influye tanto o más que esta en la recuperación de al salud.
Os agradezco desde lo profundo del corazón y desde la fe más convencida en que Dios todo lo puede, vuestras oraciones y deseos aunque lo realmente duro comienza ahora. Aunque, como siempre suelo decir, no más duro que para otras miles de personas que antes y después que yo tendrán que enfrentarse al cáncer.
No hubo operación porque el tumor esta bastante extendido y con una cierta metástasis sobre el hígado y por ello se aconseja someterse primero a la quimioterapia que es lo que a lo largo de esta semana iniciaré. Desconozco, de momento, si ello me tendrá que mantener alejado del blog, de la edición diaria de JAI, a partir del miércoles, primera consulta en oncología, sabré algo más.
Y esto que describo no lo hago como ninguna hazaña. La procesión va por dentro y hay momentos de más ánimo o de total decaimiento. Si lo cuento, cosa que a algunos puede sorprender, y además con una cierta naturalidad, es porque creo que es mejor decirlo yo mismo que abrir la válvula de las especulaciones y rumores que, a pesar de dar suficiente información, todavía se han producido.
En estos quince días hospitalizado me he sentido más agradecido que nunca de ser cristiano, de confiar en Jesús de Nazaret y de tener una Iglesia que en la adversidad es capaz de orar por uno. Tanto es así que en algunas ocasiones temí que ocurriese algo malo ya que parecía que toda al Iglesia, al menos la conocida por mí, estaba dedicada a pedir por mi salud cuando, como todos sabemos, aunque eso sea importante hay muchísimas necesidades en el mundo que también necesitan de nuestra oración.
Para mis compañeros de habitación (en quince días tuve cuatro, prueba de lo rápido que va la sanidad en el país) fue una sorpresa compartir la misma con un cura. Seguro que al ingresar no se lo esperaban. Pero aunque seamos diferentes si hay algo que realmente une, humaniza y hace que brote lo mejor de nosotros mismos es el afrontar juntos el momento de la enfermedad.
Gracias por vuestras oraciones. Yo sigo dirigiendo las mías a Dios por todos vosotros y de una forma especial para que en este tiempo de Cuaresma seamos capaces de dejar brotar toda la bondad que Dios pone en nuestro corazón y que muchas veces, por miedo o demasiada suspicacia, mantenemos demasiado amordazada.

“Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que veas desnudo, y no te cierres a tu propia carne” (Is 58,7)

agencia-jai Martes, 7 Marzo 2006
@Nessuna@
00mercoledì 8 marzo 2006 22:36


Jesucristo califica con mucha dureza a la gente de su tiempo y dice que son una generación perversa. Perversa porque tienen una señal y no están dispuestos a aceptar la señal que Dios les da. La señal que Cristo dará, será su Resurrección. Pero Cristo mismo es consciente de que no es suficiente con que Dios dé señales a los hombres; Cristo es consciente de que es necesario que los hombres aceptemos las señales que Dios nos da, que estemos dispuestos a abrir nuestro corazón a las señales; de otra forma, nuestro corazón es un corazón perverso.

¿Qué significa esto? Esto significa que nuestro corazón puede estar caminando de una forma alejada de Dios Nuestro Señor, viviendo de una forma torcida, porque no está aceptando el modo concreto en el cual Dios llega a su vida. Todo este camino que es nuestra existencia, está sembrado por señales de Dios. Está de una forma o de otra, con una constante presencia de un Dios que nos va señalando, indicando, prestando, como una luz que parpadea en todo momento de nuestra vida. Así es Dios en nuestro corazón, con todas las señales que constantemente nos va marcando.

Señales que a veces podrían parecernos extrañas, como el que “la reina del Sur vaya a ver a Salomón”. ¿Qué es lo que la reina del Sur había hecho para ir a ver a Salomón? Simplemente había oído hablar de su sabiduría. ¿Qué es lo que Jonás predica a los ciudadanos de Nínive? Simplemente el hecho de que Nínive va a ser destruida. La reina del Sur cambia su vida y es capaz de ir hasta Israel para ver a Salomón y los ninivitas cambian su vida y se convierten. Es decir, no es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos manda una señal particular para que cambiemos nuestra vida, el problema está en si nuestro corazón va abriendo los ojos a esas señales, si está dispuesto en todo momento a escuchar lo que Dios le quiere decir.

Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia: cuidado, porque a ustedes no se les van a dar otras señales más que la señal del profeta Jonás, la Resurrección de Cristo. Esta señal, se nos presenta en la vida de una forma que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida. Cristo cuando se nos presenta en nuestra vida, no nos da mucha seguridad, al contrario, más bien nos pone en más riesgo. Cristo, cuando llega a nuestra existencia, nos hace arriesgarnos más. La reina del Sur podría haber dicho: “¿Cómo voy a ir yo hasta allá para escuchar a un rey que dicen que es muy sabio?” Los habitantes de Nínive podrían haber dicho”. ¡Este señor está mal! ¿Por qué va a tener que destruir nuestra ciudad dentro de tres días si no cambiamos nuestra existencia?”. Y a la reina del Sur se hubiera quedado sin conocer la sabiduría y los habitantes de Nínive se habrían quedado sin conocer la Misericordia de Dios. No habrán sido capaces de captar la señal con la que Dios, en ese momento, estaba pasando por sus vidas. No habrían sido capaces de captar la luz con la que Dios, en ese momento, quería iluminar su existencia.

Cuando uno mira para atrás de la propia existencia y empieza a ver la cantidad de señales que no ha captado y la cantidad de veces que la luz no brilló en nuestro corazón, podría preguntarse: ¿qué hago ahora si he dejado muchas señales, muchas luces de Dios? ¿No será un paso gigante para mi alma? ¿Tendré posibilidad de dar marcha atrás? ¿La reina del Sur tendría posibilidad de volverse a encontrar con Salomón? ¿Los habitantes de Nínive habrían tenido posibilidad de volver, otra vez a escuchar a Jonás? No lo sabemos. Sabemos una cosa como decíamos en el Salmo “Un corazón contrito. Dios no lo desprecia”. Que si en nuestro interior hay el anhelo y el deseo de volver a Dios, Él siempre va a esta listo para darnos de nuevo su luz. Dios siempre va a estar listo para presentarse de nuevo en nuestra vida.

¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las envía fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene que estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que detenerse jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia alma.

Lo contrario de la perversión es la conversión. Si nuestra alma está constantemente convirtiéndose a Dios, así encuentre un su vida mil defectos, mil problemas, mil reticencias, mil miedos, encontrará al Señor. Es lo mismo que les ocurrió a los habitantes de Nínive. Es la frase final, con la cual el rey de Nínive termina su mandato: “Quizá Dios se arrepienta y nos perdone, aplaque el incendio de su ira y así no moriremos”. Aunque halla murallas, dificultades; aunque seamos nosotros mismos los primeros que nos sintamos como obstáculo al regreso de Dios N. S., no olvidemos que Él siempre está en el camino de la conversión. Él siempre está ahí, dispuesto a darnos la mano, a tendernos la posibilidad de regresar a Él.

¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro camino de conversión encontramos algo que se nos hace tremendamente difícil de superar? ¿Somos más grandes nosotros que la Misericordia de Dios? ¿Es más milagroso el hecho de que una mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una ciudad completa, se convierta ante la voz de una profeta, que la Resurrección del Hijo de Dios?

En esta Cuaresma tenemos que ir viendo hasta qué punto estamos aceptando las señales de Dios N. S. nos da. Viendo cómo Dios me habla, que detrás de ese cómo Dios me habla, a veces gozo, con penas, a veces con un quebranto tremendo de corazón y a veces con una grandísima alegría en el alma. Estas señales de Dios, tienen detrás un sello que es la Resurrección de Cristo y si nosotros las aceptamos, no simplemente vamos a estar aceptando a un Dios que pasa por nuestra vida, sino que vamos a estar aceptando la garantía con la cual, Dios N. S. pasa por nuestra vida.

Hagamos de nuestra existencia, de nuestro camino, de nuestro encuentro con Dios, un constante aceptar el modo en el que Dios me ha hablado, aunque yo no lo entienda. “Aunque este muy lejos Salomón”. Abramos nuestros ojos, abramos nuestro corazón, nuestra vida a las señales de Dios y permitamos que el Señor vaya señalando, indicando por dónde nos quiere llevar.

Si algún día no sabemos por dónde nos está llevando, que solamente nos preocupe el no perder de vista las señales de Dios. No importa por dónde nos lleve, eso es problema de Él. Nuestro autentico problema, es no perder de vista las señales de Dios, porque por donde Él nos lleve, tendremos siempre la certeza de que nos está llevando por el camino siempre correcto, por el que nosotros necesitamos ir.

Que ésta sea nuestra oración y el más profundo fruto de esta Cuaresma: ser tan auténticos con nosotros mismos, que seamos capaces de ver la autenticidad con la que Dios nos habla. Que nunca la autenticidad de Dios, choque con la inautenticidad de nuestra vida. Que la autenticidad con la que Él se manifiesta en nuestra existencia, a través de sus señales, encuentre siempre como eco el corazón abierto, dispuesto, auténtico, que recibe todas las señales que el Señor le da.

Autor:P. Cipriano Sánchez LC
@Nessuna@
00mercoledì 8 marzo 2006 22:43
El comienzo de la Cuaresma
Cuaresma. Si busco a Dios, la Cuaresma es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar mi corazón.


El comienzo de la Cuaresma
Miércoles de Ceniza



Hoy empezamos la Cuaresma a través de la imposición de las cenizas, un símbolo que es muy conocido para todos. La ceniza no es sino un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. Nosotros la vamos a imponer sobre nuestras cabezas pero no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver su vida positivamente. La ceniza se convierte para nosotros al mismo tiempo en un motivo de esperanza y superación. La Cuaresma es un camino, y las cenizas sobre nuestras cabezas son el inicio de ese camino. El momento en el cual cada uno de nosotros empieza a entrar en su corazón y comienza a caminar hacia la Pascua, el encuentro pleno con Cristo.

Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la vida y ante las cosas que hacemos. Cristo nos habla de cómo, cuando oramos, hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás, podríamos estar buscándonos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos a nosotros mismos ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior: “Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”

Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y la fama es lo que vale.
Cristo, cuando nosotros nos imponemos la ceniza en la cabeza nos dice: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres; de lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial”. ¿Qué recompensa busco yo en la vida?

La Cuaresma es una pregunta que entra en nuestro corazón para cuestionarnos precisamente esto: ¿Estoy buscando a Dios, buscando la gloria humana, estoy buscando la comprensión de los demás? ¿A quién estoy buscando?

La señal de penitencia que es la ceniza en la cabeza, se convierte para nosotros en una pregunta: ¿A quién estamos buscando? Una pregunta que tenemos que atrevernos a hacer en este camino que son los días de preparación para la Pascua; la ceniza cae sobre nuestras cabezas, pero ¿cae sobre nuestro corazón?

Esta pregunta se convierte en un impulso, en un dinamismo, en un empuje para que nuestra vida se atreva a encontrarse a sí misma y empiece a dar valor a lo que vale, dar peso a lo que tiene.

Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un período que termina en la Pascua: La Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual nosotros vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos ¿a quién estamos buscando? Y la ceniza nos dice: quita todo y quédate con lo que vale, con lo fundamental; quédate con lo único que llena la vida de sentido. Tu Padre que ve en lo secreto, sólo Él te va a recompensar.

La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no lo podemos eludir y de una forma u otra lo tenemos que caminar. Tenemos que aprender a entrar en nuestro corazón, purificarlo y cuestionarnos sobre a quién estamos buscando.

Este es le sentido de la ceniza en la cabeza; no es un rito mágico, una costumbre o una tradición. ¿De qué nos serviría manchar nuestra frente de negro si nuestro corazón no se preguntara si realmente a quien estamos buscando es a Dios? Si busco a Dios, esta Cuaresma es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar nuestro corazón.

El camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a purificar y cuestionar nuestro corazón? ¿Estamos dispuestos a encontrarnos con Nuestro Padre en nuestro interior?

Este es el significado del rito que vamos hacer dentro de unos momentos: purificar el corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo hacemos, entonces la Cuaresma que empezaremos hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy guardamos ayuno y abstinencia (para que el hambre física nos recuerde la importancia del hambre de Dios), se convertirá verdaderamente en un camino hacia Dios.

Este ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las mortificaciones propias de la Cuaresma como son lo ayunos, las vigilias y demás sacrificios que podamos hacer, un recuerdo de lo que tiene que tener la persona humana, no es simplemente un hambre física sino el hambre de Dios en nuestros corazones, la sed de la vida de Dios que tiene que haber en nuestra alma, la búsqueda de Dios que tiene haber en cada instante de nuestra alma.

Que éste sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo de nosotros mismos con gran sencillez. Y que al mismo tiempo, esa búsqueda y esa interiorización, se conviertan en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de nuestros comportamientos así como en un sano cuestionamiento de nuestra existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia transforme nuestras almas en almas auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.

P. Cipriano Sánchez LC
@Nessuna@
00sabato 11 marzo 2006 02:30
Cuestión de fe

El Diurnal de JAI
blogs.periodistadigital.com/eldiurnaldejai.php

Pretender demostrar la existencia de Dios mediante métodos puramente racionales o científicos se ha demostrado a lo largo de la historia como algo muy difícil y prácticamente imposible. Afirmar que Dios existe, que es el principio y el fin de la vida del ser humano, que creo el mundo y que quiere para nosotros la vida eterna solo lo puede decir alguien desde la fe, desde la convicción profunda e indemostrable de quien, con mayor o menor acierto en las definiciones, lo siente en el corazón.
Y lo mismo ocurre con Jesucristo. Podemos encontrar datos históricos e incluso científicos de su existencia, testimonios de sus contemporáneos sobre el efecto de sus palabras, sus milagros, su muerte y su resurrección, contada por unos y negada por otros. Pero afirmar que Jesucristo es Dios con nosotros, el mismo Dios que creo el mundo y en una época de la historia se reveló como Padre de su pueblo y ahora se manifiesta en Jesucristo como Hijo haciéndose uno de nosotros, eso sólo se puede manifestar desde la fe, desde la profunda convicción de quien ha tenido en su vida la experiencia de que Jesucristo, desde el Espíritu, sigue siendo hoy el camino de la salvación.
Quien no tiene fe, bien porque no la ha descubierto o porque la ha perdido, sea por la razón que sea, es muy difícil que pueda hablar de Dios con una cierta objetividad. Le falta la experiencia de sentir que Dios vive, que nos ama, que da sentido a nuestra existencia. Para quien sí tiene esa fe la objetividad tampoco va a ser su fuerte porque la experiencia de Dios es tan bella, tan profunda, tan edificante que es difícil hablar de ella sin apasionamiento.
Por ello cuando alguien me dice que Jesucristo es una mentira, que es un engaño para vivir siendo opio del pueblo o que eso de la vida eterna es un puro cuento, aunque respete lo que cada uno pueda creer y sentir, no puedo menos de afirmar que yo, con total sinceridad, siento todo lo contrario. ¿Creación psicológica que diría alguno?, ¿autoengaño?, ¿credulidad necia?. No lo sé pero Jesucristo es el eje central de todas mis convicciones, de todo el sentido que he encontrado a mi vida y de todo mi sistema de creencias, valores y formas de pensar.
Y, además, lo más importante. Jesucristo es toda mi esperanza. Confío en el ser humano, valoro la amistad, la solidaridad y la lucha por la justicia pero se que nada de ello, al final de la vida, va a poder darme lo que Jesucristo sí que me ofrece con total generosidad: la vida eterna.
Por eso, aunque a algunos les pueda parecer extraño, digo que quien tiene fe en Jesucristo puede mirar al futuro con más alegría y menos amargura, con más esperanza y menos fatalismo porque nuestra confianza está en alguien que puede mucho mas que nosotros.
Pero, desde luego, quien quiera vivir sin esa fe, sin esa esperanza y sin la alegría de saberse en manos de Dios es muy libre de hacerlo aunque estoy convencido de que un día, cuando se encuentre cara a cara con la verdad, compartirá mucho de lo que digo.

“¿Quién es Dios fuera del Señor?
¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?
Dios me ciñe de valor
Y me enseña un camino perfecto” (Salmo 17)
@Nessuna@
00lunedì 13 marzo 2006 06:38


Orar sin desfallecer
Nuestros caprichos asfixian nuestra fe, hacen demasiado ruido en nuestra vida. Tantas veces tan eufórica como vacía. ¿O no?


Orar sin desfallecer

Reflexionaba estos días, al hilo de aquellas palabras de uno de los muchos ciegos que deambulan por el Evangelio -“si quieres puedes curarme”-, sobre el poder de la oración. Un poder que nos acerca a la omnipotencia de Dios, pero sobre todo a Su intimidad. Hacer oración (con fe y con humildad) significa sumergir el alma en la cotidianidad del Espíritu Santo, en la sangre redentora de Cristo, en la misericordia infinita del Padre.

Tenemos al alcance de la mano la inspiración más poderosa si queremos ser felices. Porque orar es acceder a las confidencias del mismo Dios, descifrando Su Amor y Su Alegría, en natural conversación de hijos necesitados. Mostrándonos tal y como somos, exponiéndole dudas, sentimientos, llagas y miedos, o cada uno de los afectos que hacen posible el latido de nuestro extenuado corazón.

Pero nos falta tantas veces voluntad y constancia, piedad y confianza. Nos vemos arrastrados por el torbellino descabellado de la ofuscación mundana, sin tiempo ni ganas -eso pensamos- para las cosas de Dios. Y así nos va. ¿Ir a Misa? Uf, menudo compromiso. ¿Diez minutos de oración? Imposible, decimos, mientras miramos de soslayo el reloj. Y buscamos compensaciones en cualquier otra insustancial nimiedad.

Nos falta recogimiento y nos sobra cotilleo. Debemos pedir al Señor que sujete nuestras fantasías, que destierre de nuestra alma todo lo que no sea digno de Él. A pesar nuestro. Sé que es muy fácil escribirlo y no tanto vivirlo. Pero lo escribo a propósito (en primer lugar para aprender yo mismo). Nuestros caprichos asfixian nuestra fe, hacen demasiado ruido en nuestra vida. Tantas veces tan eufórica como vacía. ¿O no?

La oración es querer querer. Voluntad y amor. Querer ahondar en las almas, ir a la raíz de todo cuando nos sucede. No hay sabiduría mayor. Todo ello para que nuestro corazón sea cada vez más Suyo. Nada para nosotros, todo para Él. Sin Dios hasta las cosas buenas nos trastornan y nos hacen perder el norte. Y cada uno -si somos sinceros- tenemos constancia de ello. Porque nos diluimos en lo intrascendente y más trivial.

Es hora de recomenzar, de transformar el cansancio, el trabajo, las lágrimas y el dolor en el caudal de la más fértil oración. O lo que es lo mismo, en un trocito de Cielo. Y de esta forma conseguiremos que los hombres dejemos de cavilar con el corazón demacrado y el alma anestesiada por manías.

La oración todavía conserva el don de devolver la vista. Porque Jesús sigue pasando a nuestro lado, sonriendo, tendiéndonos la luz de Su voz. Lejos de ser un sortilegio o una fantasía.


Autor: Guillermo Urbizu | Fuente: Catholic.net
@Nessuna@
00martedì 14 marzo 2006 07:48

Vivir como Cristo nos ha enseñado

Constantemente, Jesucristo nuestro Señor, empuja nuestras vidas y nos invita de una forma muy insistente a la coherencia entre nuestras obras y nuestros pensamientos; a la coherencia entre nuestro interior y nuestro exterior. Constantemente nos inquieta para que surja en nosotros la pregunta sobre si estamos viviendo congruentemente lo que Él nos ha enseñado.

Jesucristo sabe que las mayores insatisfacciones de nuestra vida acaban naciendo de nuestras incoherencias, de nuestras incongruencias. Por eso Jesucristo, cuando hablaba a la gente que vivía con Él, les decía que hicieran lo que los fariseos les decían, pero que no imitaran sus obras. Es decir, que no vivieran con una ruptura entre lo que era su fe, lo que eran sus pensamientos y las obras que realizaban; que hicieran siempre el esfuerzo por unificar, por integrar lo que tenían en su corazón con lo que llevaban a cabo.

Esto es una de las grandes ilusiones de las personas, porque yo creo que no hay nadie en el mundo que quisiera vivir con incongruencia interior, con fractura interior. Sin embargo, a la hora de la hora, cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que sentimos por dentro, acabamos por quedarnos, a lo mejor, hasta desilusionados de nosotros mismos. Entonces, el camino de Cuaresma se convierte en un camino de recomposición de fracturas, de integración de nuestra personalidad, de modo que todo lo que nosotros hagamos y vivamos esté perfectamente dentro de lo que Jesucristo nos va pidiendo, aun cuando lo que nos pida pueda parecernos contradictorio, opuesto a nuestros intereses personales.

Jesús nos dice: “El que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. ¡Qué curioso, porque esto parecería ser la contraposición a lo que nosotros generalmente tendemos, a lo que estamos acostumbrados a ver! Los hombres que quieren sobresalir ante los demás, tienen que hacerse buena propaganda, tienen que ponerse bien delante de todos para ser enaltecidos. Por el contrario, el que se esfuerza por hacerse chiquito, acaba siendo pisado por todos los demás. ¿Cómo es posible, entonces, que Jesucristo nos diga esto? Jesucristo nos dice esto porque busca dar primacía a lo que realmente vale, y no le importa dejar en segundo lugar lo que vale menos. Jesucristo busca dar primacía al hecho de que el hombre tiene que poner en primer lugar en su corazón a Dios nuestro Señor, y no alguna otra cosa. Cuando Jesús nos dice que a nadie llamemos ni guía, ni padre, ni maestro, en el fondo, a lo que se refiere es a que aprendamos a poner sólo a Cristo como primer lugar en nuestro corazón. Sólo a Cristo como el que va marcando auténticamente las prioridades de nuestra existencia.

Cristo es consciente de que si nosotros no somos capaces de hacer esto y vamos poniendo otras prioridades, sean circunstancias, sean cosas o sean personas, al final lo que nos acaba pasando es que nos contradecimos a nosotros mismos y aparece en nuestro interior la amargura.

Éste es un criterio que todos nosotros tenemos que aprender a purificar, es un criterio que todos tenemos que aprender a exigir en nuestro interior una y otra vez, porque habitualmente, cuando juzgamos las situaciones, cuando vemos lo que nos rodea, cuando juzgamos a las personas, podemos asignarles lugares que no les corresponden en nuestro corazón. El primer lugar sólo pertenece a Dios nuestro Señor. Podemos olvidar que el primer escalón de toda la vida sólo pertenece a Dios. Esto es lo que Dios nuestro Señor reclama, y lo reclama una y otra vez.

Cuando el profeta Isaías, en nombre de Dios, pide a los príncipes de la tierra que dejen de hacer el mal, podría parecer que simplemente les está llamando a que efectúen una auténtica justicia social: “Dejen de hacer el mal, aparten de mi vista sus malas acciones, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”. ¿Somos conscientes de que lo que verdaderamente Dios nos está pidiendo es que todos los hombres de la tierra seamos capaces de poner en primer lugar a Dios nuestro Señor y después todo lo demás, en el orden que tengan que venir según la vocación y el estado al cual hemos sido llamados?
Si cometemos esa primera injusticia, si a Dios no le damos el primer lugar de nuestra vida, estamos llenando de injusticia también los restantes estados. Estamos cometiendo una injusticia con todo lo que viene detrás. Estaremos cometiendo una injusticia con la familia, con la sociedad , con todos los que nos rodean y con nosotros mismos.

¿No nos pasará, muchas veces, que el deterioro de nuestras relaciones humanas nace de que en nosotros existe la primera injusticia, que es la injusticia con Dios nuestro Señor? ¿No nos podrá pasar que estemos buscando arreglar las cosas con los hombres y nos estemos olvidando de arreglarlas con Dios? A lo mejor, el lugar que Dios ocupa en nuestra vida, no es el lugar que le corresponde en justicia.

¿Cómo queremos ser justos con las criaturas —que son deficientes, que tienen miserias, que tienen caídas, que tienen problemas—, si no somos capaces de ser justos con el Creador, que es el único que no tiene ninguna deficiencia, que es el único capaz de llenar plenamente el corazón humano?

Claro que esto requiere que nuestra mente y nuestra inteligencia estén constantemente en purificación, para discernir con exactitud quién es el primero en nuestra vida; para que nuestra inteligencia y nuestra mente, purificadas a través del examen de conciencia, sean capaces de atreverse a llamar por su nombre lo que ocupa un espacio que no debe ocupar y colocarlo en su lugar.

Si lográramos esta purificación de nuestra inteligencia y de nuestra mente, qué distintas serían nuestras relaciones con las personas, porque entonces les daríamos su auténtico lugar, les daríamos el lugar que en justicia les corresponde y nos daríamos a nosotros también el lugar que nos corresponde en justicia.

Hagamos de la Cuaresma un camino en el cual vamos limando y purificando constantemente, en esa penitencia de la mente, nuestras vidas: lo que nosotros pensamos, nuestras intenciones, lo que nosotros buscamos. Porque entonces, como dice el profeta Isaías: “[Todo aquello] que es rojo como la sangre, podrá quedar blanco como la nieve. [Todo aquello] que es encendido como la púrpura, podrá quedar como blanca lana. Si somos dóciles y obedecemos, comeremos de los frutos de la tierra”.

Si nosotros somos capaces de discernir nuestro corazón, de purificar nuestra inteligencia, de ser justos en todos los ámbitos de nuestra existencia, tendremos fruto. “Pero si se obstinan en la rebeldía la espada los devorará”. Es decir, la enemistad, el odio, el rencor, el vivir sin justicia auténtica, nos acabará devorando a nosotros mismos, perjudicándonos a nosotros mismos.

Jesucristo sigue insistiendo en que seamos capaces de ser congruentes con lo que somos; congruentes con lo que Dios es para nosotros y congruentes con lo que los demás son para con nosotros. En esa justicia, en la que tenemos que vivir, es donde está la realización perfecta de nuestra existencia, es donde se encuentra el auténtico camino de nuestra realización.

Pidámosle al Señor, como una auténtica gracia de la Cuaresma, el vivir de acuerdo a la justicia: con Dios, con los demás y con nosotros mismos.




Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
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00mercoledì 15 marzo 2006 07:19

En manos de Cristo

El Diurnal de JAI
blogs.periodistadigital.com/eldiurnaldejai.php

Hoy es el primer día de una nueva experiencia para mí al lado de tantos rostros que sufren en las salas de espera de los servicios de oncología de los hospitales. Ojalá que pueda y sepa trasmitirles algo de la esperanza que Jesucristo ha puesto en mi corazón. Os dejo este poema, ya viejo y anónimo, pero que está cargado de la profunda sabiduría de la esperanza cristiana

HUELLAS SOBRE LA ARENA


Una noche en sueños ví
que con Jesús caminaba
junto a la orilla del mar
bajo una luna plateada.

Soñé que veía en los cielos
mi vida representada
en una serie de escenas
que en silencio contemplaba.
Dos pares de firmes huellas
en la arena iban quedando
mientras con Jesús andaba,
como amigos, conversando.

Miraba atento esas huellas
reflejadas en el cielo,
pero algo extraño observé,
y sentí gran desconsuelo.
Observé que algunas veces,
al reparar en las huellas,
en vez de ver los dos pares
veía sólo un par de ellas.

Y observaba también yo
que aquel solo par de huellas
se advertía mayormente
en mis noches sin estrellas,
En las horas de mi vida
llenas de angustia y tristeza
cuando el alma necesita
más consuelo y fortaleza.

Pregunté triste a Jesús:
"Señor, ¿Tú no has prometido
que en mis horas de aflicción
siempre andarías conmigo?
Pero noto con tristeza
que en medio de mis querellas,
cuando más siento el sufrir,
veo un sólo par de huellas.

¿Dónde están las otras dos
que indican Tu compañía
cuando la tormenta azota
sin piedad la vida mía?

Y Jesús me contestó
con ternura y compasión:

"Escucha bien, hijo mío,
comprendo tu confusión.
Siempre te amé y te amaré,
y en tus horas de dolor
siempre a tu lado estaré
para mostrarte Mi Amor.

Mas si ves sólo dos huellas
en la arena al caminar,
y no ves las otras dos
que se debieran notar,
es que en tu hora afligida,
cuando flaquean tus pasos,
no hay huellas de tus pisadas
porque te llevo en Mis brazos".


"Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada" (Salmo 42)


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00giovedì 16 marzo 2006 05:49
Abrir nuestro corazón al don de Dios
Miércoles segunda semana Cuaresma. Todos los días de nuestra vida son un don de Dios.


Abrir nuestro corazón al don de Dios


Nuestra vida no es simplemente una serie de circunstancias, una serie de días que van pasando uno detrás de otro, sino que todos los días de nuestra vida son un don de Dios, no sólo para nosotros, sino sobre todo un don de Dios para los demás, para aquellos que viven con nosotros. Un don de Dios que requiere, por parte nuestra, reconocerlo y hacernos conscientes de que efectivamente es un regalo de Dios. Y permitir, como consecuencia, que en nuestro corazón haya un espíritu agradecido por el hecho de ser un don de Dios.

En la historia de la Iglesia, Dios nuestro Señor ha ido dando dones constantemente, y a veces Él se prodiga de una forma particular en algunas circunstancias, por lo demás muy normales, muy corrientes, pero que se convierten de modo muy especial en don de Dios para sus hermanos. Es Él quien decide dar hombres y mujeres a su Iglesia que ayuden a los demás a caminar, que ayuden a los demás a encontrarse más profundamente con Cristo; es Él quien decide hacer de nuestras vidas un don para los demás.

Ciertamente que esto requiere, por parte de quien toma conciencia de ser un don de Dios para los demás, una correspondencia. No basta con decir “yo me entrego a los demás”, “yo soy un don de Dios para los demás”, es necesario, también, estar conscientes de lo que por nuestra parte esto va a suponer. A veces podemos convivir con el don de Dios y no ser conscientes de que lo tenemos a nuestro lado y no ser conscientes de que Dios está junto a nosotros. Podemos estar conviviendo con el don de Dios y no reconocerlo.

Algo así les había pasado a Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeo. A pesar de llevar ya tiempo con nuestro Señor, no habían captado el don de Dios. Tanto es así que, justamente después que Cristo les habla de pasión, de muerte y de resurrección, acompañados de su madre, llegan y le dicen a Jesús: “Queremos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Cuando Jesús está hablando de renuncia, de entrega, de sacrificio, de redención, ellos le hablan a Cristo de dignidades, de cargos y de honores.
¡Qué misterio es el hecho de que se puede convivir con el don de Dios y, sin embargo, no reconocerlo! Nuestra vida puede ser una vida semejante a la de los hijos de Zebedeo, que tenían el don de Dios más grande —Cristo nuestro Señor—, y no lo habían reconocido.

El don de Dios, el Hijo de Dios caminaba con ellos, comía con ellos, dormía con ellos, les hablaba, les enseñaba, y ¡no lo habían reconocido! Es necesario tener los ojos abiertos y el corazón dispuesto a acoger el don de Dios, porque nos damos cuenta de que, no solamente Juan y Santiago no habían captado nada del don de Dios que era Cristo para sus vidas, tampoco nosotros mismos, muchas veces, lo hemos captado.

En este Evangelio encontramos una serie de características que tiene que tener nuestro corazón para ser capaz de reconocer el don de Dios: En primer lugar, estar dispuestos a servir a los demás; en segundo lugar, estar dispuestos a beber el cáliz del Señor, y en tercer lugar, estar dispuestos a ir con Cristo, como corredentores, por el bien de los demás.

Corredentor, compañero y servidor son las características del corazón que está dispuesto a reconocer el don de Dios y del corazón que está dispuesto a ser don de Dios para nuestros hermanos. A nosotros, entonces, nos correspondería preguntarnos: ¿Soy yo también corredentor? ¿Tomo yo como mía la misión de la Iglesia, la misión de Cristo, que es salvar a los hombres? ¿Soy compañero de Cristo, es decir, lo tengo frecuentemente en mi corazón, bebo su cáliz, comparto con Él todo? ¿Su vida es mi vida, sus intereses los míos, sus inquietudes las mías? ¿Soy servidor de los demás? ¿Estoy dispuesto a ser de los que sirven, de los que ayudan, de los que colaboran, de los que cooperan, de los que se entregan, de los que dan sin esperar necesariamente una recompensa?

Así como el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos, ¿tenemos nosotros la conciencia de que éste debe ser el retrato de nuestra vida: corredentores, compañeros y servidores de Cristo? Esta conciencia, que nos convierte en don de Dios para los demás, es la que nos convierte en colaboradores, en ayuda y en camino de Dios para nuestros hermanos los hombres.

No soñemos pensando que simplemente porque los criterios del Evangelio más o menos se nos emparejen y estemos de acuerdo con ellos, ya por eso tenemos claro el don de Dios. Si no eres con Cristo corredentor, si no eres capaz de beber su cáliz y si no eres con Cristo servidor de tus hermanos, serás lo que seas, pero no me digas que has encontrado el don de Dios, porque te estás engañando.

Cuando el Señor nos llama a la fe cristiana, es para llenarnos de cosas cotidianas y normales, como es cada una de nuestras vidas. En lo cotidiano está el don, no tenemos que buscar cosas extraordinarias ni milagros ni cosas raras.

Pidámosle a Cristo que nos conceda abrir nuestro corazón al don de Dios, pero también pidámosle que nos permita abrir nuestro corazón para que también nosotros, corredentores, compañeros y servidores, sepamos ser don de Dios para los demás.

P. Cipriano Sánchez LC - Catholic.net







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00venerdì 17 marzo 2006 02:35
Por Cristo y por los demás: hazte cura

El Diurnal de JAI
blogs.periodistadigital.com/eldiurnaldejai.php

Dicen que la opción de ser cura figura entre las menos tomadas en consideración por la gran mayoría de los jóvenes de nuestro tiempo y aparentemente parece que es así. ¿Las razones?. Prácticamente las mismas que durante toda la vida se han dado: el celibato, la soledad, la forma de entender la fe y la iglesia... y a éstas habría que añadir, como no, la de una sociedad que cada vez se aleja más de Dios y si Dios pinta poco en las cosas de los seres humanos mal pueden surgir vocaciones a su servicio.
Pero hay algo que siempre solemos hacer cuando llega la campaña del Día del Seminario y de lo que yo preferiría huir: quejarnos. Solemos quejarnos de que hay pocos sacerdotes, de que no surgen vocaciones de la pastoral juvenil, de que muchas de las vocaciones que incluso llegan a consagrarse son inestables. Por otro lado comparamos unos Seminarios con otros como queriendo poner de manifiesto que hay sistemas de formación en el sacerdocio que dan más resultados que otros. Probablemente todo ello sea cierto y los números y resultados ahí están para demostrarlo pero me gustaría en la campaña de este año ser un poco más positivo y no tanto quejarme de que los seminaristas son pocos como alegrarme de que, aunque cortos en número, sigan habiendo respuestas a la llamada de Dios a vivir la vocación sacerdotal.
El “querer ser cura” no es algo que surja de la noche a la mañana. Uno lo piensa, lo siente, lo madura y luego tiene todo un amplio espacio de formación en el Seminario para poder contrastar la llamada que siente con la respuesta que debe dar. Y aún así hasta podemos llegar a equivocarnos. El tema de la vocación sacerdotal no es blanco o negro sino que está plagado de muchos colores que a lo largo de los años se continúan trabajando. No es algo que adquieres hoy y que ya no te abandona en toda la vida. La vocación, como el amor, la amistad o muchos de los valores que defendemos hay que cuidarla y alimentarla todos los días. Y ahí es fundamental el lema de la campaña de este año. Es fundamental la oración, el diálogo profundo con Dios, la entrega a sus designios y la apertura a aquello que esté dispuesto a pedirnos, pero sin olvidar que el sacerdote es alguien llamado a servir a los demás, a prestar toda la ayuda posible tanto espiritual como material. Es alguien llamado a procurar facilitar la felicidad de las personas que le han sido encomendadas.
Cristo y los demás, esas dos son las piezas claves de la vocación sacerdotal. Por mucho que nos entreguemos al servicio a los hermanos sin llenarnos de Dios, sin tener experiencia personal de Dios en la oración y en los sacramentos llegará un momento en que nuestra fe, nuestra esperanza e incluso nuestra caridad flaquee. Y lo mismo ocurre al revés. Si no traducimos nuestra experiencia de Dios en actitudes de servicio, en sonrisas que animan el corazón y son fuente de esperanza, en caridad que hace recuperar a las personas la dignidad perdida, acabaríamos convirtiéndonos en puros demagogos a quienes nadie, o casi nadie, acabaría escuchando.
Puede que haya pocos jóvenes que hoy respondan a la llamada de Jesucristo a vivir la vocación sacerdotal pero lo que pido, sobre todo, es que quienes inicien el camino de esa respuesta, de esa vida consagrada, lleven siempre presente que lo hacen por Cristo y por los demás. Sin lugar a dudas la gracia de Dios que obra en nuestros corazones es capaz de poner, en todas nuestras imperfecciones, todo aquello que haga falta para que las vocaciones verdaderas lleguen a buen puerto.

“Has dado bienes a tu siervo,
Señor, con tus palabras;
enséñame a gustar y comprender,
porque me fío de tus mandatos;
antes de sufrir, yo andaba extraviado,
pero ahora me ajusto a tu promesa.” (Salmo 118)
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00domenica 19 marzo 2006 20:48
Tener conciencia de nuestra debilidad
Tercer Domingo Cuaresma. ¿Por qué en el espíritu a veces nos sentimos tan fuertes, cuando realmente somos tan débiles?


Tener conciencia de nuestra debilidad

Creo que muchas veces nuestro problema de conversión del corazón, que nos lleva a una falta de identidad, no es otro sino esa especie como de ligereza, de superficialidad con la que, al ver las situaciones que estamos viviendo, pensamos que al fin y al cabo no pasa nada. Sin embargo, puediera ser que, cuando quisiéramos arreglar las cosas, ya no haya posibilidades de hacerlo.

Cuántas veces vivimos con una superficialidad que nos impide entrar en nuestro interior y darnos cuenta de la gravedad de algunos comportamientos, de algunas actitudes que estamos tomando, o darnos cuenta de la seriedad de algunos movimientos interiores que estamos consintiendo; con lo que nosotros estamos aceptando una forma de vida que puede llegar a apartarnos realmente de Dios, que pueden llegar a endurecer nuestro corazón e impedir que el corazón se convierta y llegue a darse a Dios nuestro Señor.

Cuántas veces este problema sucede en las almas, y cómo, cuando nosotros lo captamos, podríamos decir simplemente: “total es sin importancia, no pasa nada”. Sin embargo, es como si el soldado que estuviese vigilando en su puesto de guardia oyese un ruido y dijese: “no es nada.” Pero, ¿qué pasaría si detrás de ese ruido estuviese alguien?

Ahora bien, para vigilar, no basta no ser indiferentes. Para vigilar auténticamente, es muy importante que nos demos cuenta tanto de la profundidad como de la debilidad del alma. Tenemos que darnos cuenta de que no tenemos garantizada la vida. ¿Quién de nosotros puede poner una mano en el fuego por la propia seguridad, o por la propia salvación? San Pablo dice: “Quién está de pie, tenga cuidado, no sea que caiga”.

Tenemos que ser conscientes de que solamente un alma que se sabe herida, es un alma capaz verdaderamente de vigilar, porque entonces va a tener una especie como de instinto interior que le va a ir llevando a no dejar pasar las cosas sin revisarlas antes. Es como cuando estamos enfermos y no podemos tomar algún tipo de comida, antes de comer algo nos fijamos qué ingredientes tiene esa comida, no vaya a hacer que nos haga daño. ¿Por qué en el espíritu a veces nos sentimos tan fuertes, cuando realmente somos tan débiles?

Sin embargo, esa debilidad no nos debe llevar a una actitud de temor ante la vida, a una angustia interior insoportable. Porque si nos damos cuenta de que lo único que puede sostener nuestra vida, lo único que puede hacernos profundizar realmente en nuestra existencia no es otra cosa sino el amor de Dios, el anhelo de Dios, el deseo de Dios, eso mismo nos llevaría a una auténtica conversión del corazón, a un grandísimo amor a Él.

¿Hay en mi alma ese anhelo de Dios nuestro Señor? ¿Hay en mi alma ese ardiente fuego por amar a Dios, por hacer que Dios realmente sea lo primero en mi vida? Éste es el camino de conversión, es la forma de ver el camino de la salvación. No nos quedemos simplemente en los comportamientos externos.

La Cuaresma, más que un comportamiento externo, tiene que ser un llegar al fondo de nosotros mismos; la mortificación corporal debe dar frutos espirituales.

Vamos a pedirle a Jesucristo en la Eucaristía, que así como Él se nos da en ese don, nos conceda poseer una gran profundidad en nuestra vida para poder tener conciencia de nuestra debilidad, y, sobre todo, nos conceda un gran anhelo de vivir a su lado, porque si algún día en ese camino de conversión del corazón, por ligereza o por superficialidad, caemos, si tenemos el anhelo de amar a Dios, tenemos la certeza de que tarde o temprano, de una forma u otra, acabaremos amando.


P. Cipriano Sánchez LC

@Nessuna@
00mercoledì 22 marzo 2006 03:03
Um difícil amigo
Cardeal Geraldo M. Agnelo

O segundo domingo da quaresma nos trouxe, nos relatos bíblicos, uma marca, um selo de Deus que pode parecer chocante em nosso relacionamento com ele: Deus é um difícil amigo! Depois de ter manifestado, na transfiguração de Jesus: “Este é o meu Filho predileto”, “não poupou o próprio Filho”, entregando-o à morte na cruz. E ao primeiro personagem do povo eleito da Aliança pediu o sacrifício de seu filho Isaac.

O tema do amor de Deus é o centro da mensagem cristã, argumento fundamental da revelação. Deus não revela o seu amor com ensinamentos teóricos; não dá a definição do amor, mas oferece o testemunho de um Deus que ama, que está à procura do homem, quer chamá-lo e relacionar-se pessoalmente com ele, estreitar uma relação de amizade e de aliança.

Deus não somente ama, mas também quer ser amado. O amor de Deus parece exprimir-se exatamente na força com que exige do homem resposta incondicional. Deus tomou a iniciativa de oferecer o perdão do seu amor, quer, porém, que o homem o escolha, dê-lhe sua preferência em tudo, e lhe permaneça fiel. Ele conhece nossas dificuldades, mas parece multiplicar as mesmas em nosso caminho. Assim o significado do sacrifício de Isaac, na vida de Abraão.

Ao chamamento de Deus, Abraão responde com fé: “Aqui estou!” Nessa simples palavra está toda a vida do patriarca. Ele é servo de Deus, sempre pronto a obedecê-lo; é amigo de Deus. Depositário feliz da promessa maravilhosa, em Isaac, será pai de uma multidão incalculável. Nele, está todo seu futuro e de sua descendência. Nele se encarna a bênção divina que se estenderá pelos séculos. Sua história tem esse ritmo: Deus disse, Abraão responde.

A fé de Abraão foi cultivada e amadurecida mediante a prova. É manifestação da confiança em Deus, que fascina, mas é paradoxal, escapa a todo cálculo e previsão humana. Abraão apóia-se somente sobre a palavra de Deus, sobre suas promessas. É o modelo de nossa fé e da nossa resposta ao amor de Deus. Do sacrifício iniciado, Abraão retorna cheio de alegria com Isaac, mantido vivo.

O sacrifício de Isaac é prenúncio do sacrifício de Cristo Jesus. Jesus tinha já anunciado aos discípulos seu sofrimento na cruz, em Jerusalém. Os discípulos ficaram desconcertados, sem compreender o desfecho trágico da missão de Jesus. Não tinham aprofundado o desígnio do Pai que entrega seu Filho a morrer na cruz para salvar a humanidade; numa palavra, não compreendiam como se pode salvar no desastre do calvário. Ainda não tinham captado o modo de ser do amor de Deus, manifestado na morte de Cristo, escândalo para os Judeus, loucura para os gregos.

O evangelho de hoje nos apresenta Pedro, João e Tiago como testemunhas da revelação em que presenciam Jesus transfigurado, envolvido na glória de Deus, chamado pelo Pai: “Este é meu Filho amado: escutai-o.” Esta revelação é destinada a fazer os discípulos compreenderem o modo de agir do amor de Deus por nós e fortalecer sua fé. O reinado de Deus, já presente com Jesus vindo com poder, é submetido à paixão, vinculado à ressurreição.

A transfiguração é antecipação da ressurreição. Sua narração insere-se entre duas predições da paixão. O próprio Jesus mostra sua glória no esplendor das vestes. Moisés e Elias, na aliança e na profecia, tinham recebido revelações extraordinárias de Deus. Agora se apresentam como testemunhas da glória de Jesus. O que para a antiga aliança era futuro esperado, agora está presente e centraliza a história. A tradição situou a cena no monte Tabor, o novo Horeb ou Sinai de Moisés e Elias. Transfigurar significa transformar. Deus que em Jesus Cristo assumira a forma de escravo, assumindo a figura humana, humilhou-se. Pedro queria perpetuar a experiência do Tabor. O testemunho do Pai mostra a pessoa de Jesus em quem se deve crer, e seu ensinamento a ser posto em prática na vida.

A nós que temos ouvido o que Jesus ensinou e realizou, chegado até nós pela vivência cristã de dois milênios, podemos tentar interpretar também nossa experiência pessoal. Cremos que, com o batismo, Deus nos chamou à vida nova, diferente do modo de viver dos que se identificam com o mundo de egoísmo, de falta de amor. Deus nos destina à glória, prometendo a vitória sobre o mal e plenitude da felicidade. Somos provados pelos sofrimentos e pela incerteza do futuro. É a condição de quem vive na fé, que se apóia na palavra de Deus. Não devemos temer. Deus não poupou o próprio Filho. O amor de Deus não se limita a palavras: faz o caminho dos fatos, dando-nos o seu único Filho que passou pela morte na cruz, mas ressuscitou para sempre.


O Cardeal Geraldo M. Agnelo é Arcebispo de Salvador e Presidente da CNBB





@Nessuna@
00giovedì 23 marzo 2006 21:31

"Escuchen mi voz"
Jueves tercera semana Cuaresma. Ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación.


"Escuchen mi voz"


Jesucristo nuestro Señor no quiere dejarnos solos. Quiere ser Él el que nos acompañe, quiere ser Él el que camina junto a nosotros: “Escuchen mi voz y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo les mostraré para que les vaya bien”. Éstas son las palabras con las que nuestro Señor exhorta al pueblo, a través del profeta, a escuchar y a seguir el camino de Dios

Cristo, en el Evangelio, nos narra la parábola del hombre fuerte que tiene sus tesoros custodiados, hasta que llega alguien más fuerte que él y lo vence. Quién sabe si nuestra alma es así: como un hombre fuerte bien armado, dispuesto a defenderse, dispuesto a no permitir que nadie toque ciertos tesoros. Sin embargo, Dios nuestro Señor —más fuerte sin duda—, quizá logre entrar en el castillo y logre arrebatarnos aquello que nosotros le tenemos todavía prohibido, le tenemos todavía vedado. Cristo es más fuerte que nosotros. Y no es más fuerte porque nos violente, sino que es más fuerte porque nos ama más.

Es el amor de Jesucristo el que llega a nuestra alma y el que viene a arrebatar en nuestro interior. Es al amor de Jesucristo el que no se conforma con un compromiso mediocre, con una vida cristiana tibia, con una vida espiritual vacía. Y Cristo quiere todo, según nuestro estado de vida: quiere todo en nuestra vida conyugal, quiere todo en nuestra vida familiar, quiere todo en nuestra vida social.

“Escuchen mi voz”. Estas palabras tienen que resonar constantemente en nosotros a lo largo del tiempo cuaresmal. Si Dios nuestro Señor ha inquietado nuestra alma, si Dios nuestro Señor no ha dejado tranquilo nuestro corazón, si nos ha buscado, si nos ha asediado, si nos ha tomado, si nos ha conquistado, no es ahora para dejarnos solitarios por la vida, sino porque el primero que se compromete a llevar adelante nuestra vocación cristiana es Él, y va a estar con nosotros. La pregunta que nosotros tenemos que hacernos es: ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo o estamos dispuestos a abandonarlo?

Al final de la lectura del profeta Jeremías, aparece una frase muy triste: “De este pueblo dirá: Éste es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, ni aceptó la corrección; ya no existe fidelidad en Israel; ha desaparecido de su misma boca”.

Está en nuestras manos dar fruto. Está en nuestras manos perseverar. Está en nuestras manos el continuar adelante con nuestro compromiso de cristianos en la sociedad. De nosotros depende y a nosotros nos toca que Jesucristo pueda seguir caminando con nosotros, yendo a nuestro lado. El Señor vuelve a buscarnos hoy, el Señor vuelve a estar con nosotros, ¿cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Cuál va a ser nuestro comportamiento si nuestro Señor viene a nuestro corazón?

Jesús, al final del Evangelio, nos lanza un reto: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Un reto que es una responsabilidad: o estamos con Él y recogemos con Él; o estamos contra Él, desparramando. No nos deja alternativas. O tomamos nuestra vida y la ponemos junto con Él, la recogemos con Él, la hacemos fructificar, la hacemos vivir, la hacemos llenarse, la hacemos ser testigos cristianos de los hombres, o simplemente nos vamos a desparramar.

¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida desparramada? ¿Quién de nosotros toleraría que su existencia simplemente corriese? ¿No nos interesa tenerla verdaderamente rica, no nos interesa tenerla verdaderamente comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor? Esto no se puede quedar en palabras, tenemos necesidad de llevarlo a los demás. Esto es obra de todos los días, es un compromiso cotidiano que está en nuestras manos.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe para comprometernos con nuestra fe, para comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó.

Pidámosle al Señor que la podamos transmitir íntegra a las generaciones que vienen detrás y la podamos extender a las generaciones que conviven con nosotros y que todavía no conocen a Cristo.

Este compromiso no es un compromiso hacia dentro, sino que es un compromiso hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de los hombres.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
@Nessuna@
00venerdì 24 marzo 2006 21:15

Jesús, la mejor opción en la vida
Viernes tercera semana Cuaresma. A veces nuestras decisiones nos llevan por otros caminos.


Jesús, la mejor opción en la vida


La Escritura habla constantemente de la presencia de Dios como el único, como el primero en el corazón del pueblo de Israel, y usa la imagen del escuchar, del oír para indicar precisamente esta relación entre Dios y su pueblo.

Cuando a Jesús le preguntan ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?, para responder Jesús emplea las palabras de una oración que los israelitas rezan todas las mañanas: “Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor, no tendrás otro Dios delante de ti”.

Dentro del camino de la Cuaresma —que es el camino de conversión del corazón—, la escucha, el llegar a oír, el ser capaces de recibir la Palabra de Dios en el corazón es un elemento fundamental que se mezcla en nuestro interior con el elemento central del juicio, que es nuestra conciencia.

El profeta Oseas decía: “Ya no tendré más ídolos en mí”. Es necesario aprender a no tener más ídolos en nosotros; hacer que nuestra conciencia se vea plena y solamente iluminada por Dios nuestro Señor, que ningún otro ídolo marque el camino de nuestra conciencia. Podría ser que en nuestra vida, en ese camino de aprendizaje personal, no tomásemos como criterio de comportamiento a Dios nuestro Señor, sino como dirá el Profeta Oseas: “a las obras de nuestras manos”. Y Dios dice: “No vuelvas a llamar Dios tuyo a las obras de tus manos; no vuelvas a hacer que tu Dios sean las obras de tus manos”. Abre tu conciencia, abre tu corazón a ese Dios que se convierte en tu alma en el único Señor.

Sin embargo, cada vez que entramos en nosotros mismos, cada vez que tenemos que tomar decisiones de tipo moral en nuestra vida, cada vez que tenemos que ilustrar nuestra existencia, nos encontramos como «dios nuestro» a la obras de nuestras manos: a nuestro juicio y a nuestro criterio. Cuántas veces no hacemos de nuestro criterio la única luz que ilumina nuestro comportamiento, y aunque sabemos que es posible que Dios piense de una forma diferente, continuamos actuando con las obras de nuestras manos como si fueran Dios, continuamos teniendo ídolos dentro de nuestro corazón.

La Cuaresma es este camino de preparación hacia el encuentro con Jesucristo nuestro Señor resucitado, que, vencedor del pecado y de la muerte, se nos presenta como el único Señor de nuestro corazón. La preparación cuaresmal nos tiene que llevar a hacer de nuestra conciencia un campo abierto, sometido, totalmente puesto a la luz de Dios.

A veces nuestras decisiones nos llevan por otros caminos, ¿qué podemos hacer para que nuestra conciencia realmente sea y se encuentre sólo con Dios en el propio interior? Recordemos el ejemplo tan sencillo de una cultura de tipo agrícola que nos da la Escritura: “Volverán a vivir bajo mi sombra”. Dios como la sombra que en los momentos de calor da serenidad, da paz, da sosiego al alma. Dios como el árbol a cuya sombra tenemos que vivir.

Tenemos que darnos cuenta de que esta ruptura interior, que se produce con todos los ídolos, con todas las obras de nuestras manos, con todos los criterios prefabricados, con todos los criterios que nosotros hemos construido para nuestra conveniencia personal, acaban chocando con el salmo: “Yo soy tu Dios, escúchame”. Él es nuestro Dios, ¿escuchamos a nuestro Dios? ¿Hasta qué punto realmente somos capaces de escuchar y no simplemente de oír? ¿Hasta qué punto hacemos de la palabra de Dios algo que se acoge en nuestro corazón, algo que se recibe en nuestro corazón? Nunca olvidemos que de la escucha se pasa al amor y de la acogida se pasa a la identificación.

Éste es el camino que tenemos que llevar si queremos estar viviendo según el primero de los mandamientos y si queremos escuchar de los labios de Jesús las palabras que le dice al escriba: “No estás lejos del reino de Dios”. Solamente cuando el hombre y la mujer son capaces de hacer de la palabra de Dios en su corazón la única luz, y cuando hacer la única luz se concreta a una escucha, a un amor identificado con nuestro Señor, es cuando realmente nuestra vida empieza a encontrarse próxima al reino de Dios. Mientras nosotros sigamos teniendo los ídolos de nuestras manos dentro del corazón, estaremos encontrarnos alejados del reino de Dios, aunque nosotros pensemos que estamos cerca.

En nuestra conciencia la voz de Dios tiene que ser la luz auténtica que nos acerca a su Reino. Siempre que recibamos la Eucaristía, no nos quedemos simplemente con el hermoso sentimiento de: “¡qué cerca estás de mí, Señor!”. Busquemos, pidamos que la Eucaristía se convierta en nuestro corazón en la luz que va transformando, que va rompiendo, que va separando del alma los ídolos, y que va haciendo de Dios el único criterio de juicio de nuestros comportamientos.

Solamente así podremos escuchar en nuestro corazón esas palabras tan prometedoras del profeta Oseas “Seré para Israel como el rocío; mi pueblo florecerá como el lirio, hundirá profundamente sus raíces. Como el álamo y sus renuevos se propagarán; su esplendor será como el del olivo y tendrá la fragancia de los cedros del Líbano. Volverán a vivir bajo mi sombra.” Que la luz de Dios nuestro Señor sea la sombra a la cual toda nuestra vida crece, en la cual toda nuestra vida se realiza en plenitud.


Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
@Nessuna@
00lunedì 27 marzo 2006 06:25


“La Anunciación del Señor”.

25 de Marzo (NOVEDADES FLUVIUM) - Día 25 Solemnidad: La Anunciación del Señor

Evangelio: Lc 1, 26-38 En el sexto mes fue enviado el Ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María.
Y entró donde ella estaba y le dijo:
—Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo.
Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué podía significar este saludo. Y el ángel le dijo:
—No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin.
María le dijo al Ángel:
—¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?
Respondió el Ángel y le dijo:
—El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible.
Dijo entonces María:
—He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Y el Ángel se retiró de su presencia.

Aprendiendo a querer

Dios mío, quisiera escucharte yo también, con mi oído interior atento, sin filtros de prejuicios. No vaya a ser que casi sólo oiga lo de siempre: lo mío, mis palabras, muy razonadas –eso sí–, pero no las tuyas. Necesito librarme de ese monólogo, casi permanente, aunque pierda la tranquilidad y la seguridad de no tener quien se me oponga.
María, que es la misma inocencia y no desea otra cosa sino agradar a su Dios, alienta sin cesar su disposición de servir a su Señor. Vive todos los días de la ilusión por complacerle en cada detalle, poniendo todo su ser en amarle. Se siente contemplada por su Creador y a la vez segura, sabiendo que Él conoce hasta el más delicado movimiento de su espíritu, mientras ella, llena de paz y alegre como nadie, va plasmando en sus obras el amor que le tiene.
María se turbó, dice el evangelista. Acababa de escuchar un singular saludo, que era la más grande alabanza jamás pronunciada. Con su clarísima inteligencia había entendido bien: era un saludo de parte de Dios, un saludo afectuoso a Ella de parte del Creador. Las palabras que escucha indican que el mensajero viene de parte del Altísimo, que conoce la intimidad habitual entre Dios y Ella; por eso se dirige a María, pero no por su nombre. En María, lo más propio, más aún que su nombre, es su plenitud de Gracia. Así la llama el Ángel: Llena de Gracia. Es la criatura que tiene más de Dios, a quien el Creador más ha amado. Y María correspondió siempre, del todo y libremente, con su amor al amor divino.
A partir de la disposición de María el Ángel le transmite su mensaje. Como afirma Juan Pablo II, Dios "busca al hombre movido por su corazón de Padre": no debemos temer a Dios. Las palabras de Gabriel –tan intensas– y lo inesperado del mensaje, posiblemente sobrecogieron a Nuestra Madre, pero no tenía por qué temer, le dice el Ángel. Su presencia ante ella, por el contrario, era motivo de gran gozo: el Señor la había escogido entre todas las mujeres, entre todas las que habían existido y las que existirían: el Verbo Eterno iba a nacer como Hombre, para redimir a la humanidad, y Ella sería su Madre.
¿Tenemos miedo a Dios? De Él sólo podemos esperar bondades, aunque nos supongan una cierta exigencia. ¿Tememos preguntarnos si nuestras conductas son de su agrado, no sea que debamos rectificar? Queramos mirar al Señor cara a cara, francamente, como mira un niño ilusionado el rostro de su padre, esperando siempre cariño, comprensión, consuelo, ayuda...
No se puede pensar en la respuesta de María como en algo independiente de sus disposiciones habituales. Su sí a Dios cuando contesta a Gabriel, vino a ser la formalización actual de lo que siempre había querido.
Señor, que vea; te pido como Bartimeo, aquel ciego al que curaste. Que Te vea. Que vea qué esperas de mí. Quiero escuchar tu llamada, en cada circunstancia de mi vida y, como María, para mi vida entera... Entiendo que conoces los detalles de mi andar terreno y prevés lo que llamo bueno y lo que llamo malo y que todo es ocasión de amarte. Ayúdame a intentarlo sinceramente, de verdad. Enséñame a hacer tu voluntad, porque eres mi Dios, te pido con el Salmista. Enséñame a confiar en tu Bondad omnipotente.
No temas, María –le dice Gabriel, antes incluso de manifestarle en detalle la Voluntad del Señor. Y, luego, el mensaje mismo incluye los motivos de seguridad y optimismo: que cuenta con todo el favor de Dios y que será obra del Espíritu Santo la concepción y mantendrá su virginidad... Finalmente, recibe también una prueba de otra acción poderosa de Dios: la fecundidad de Isabel, porque para Dios no hay nada imposible, concluye el Arcángel.
Cuando nos habituamos a contemplar a Dios –Señor de la historia: de la mía– presente en los sucesos de cada jornada, tenemos paz. Lo sentimos como un Padre inspirando y protegiendo cada paso nuestro: queriéndonos. Porque nos comprende y nos sonríe con el cariño afectuoso de siempre. También cuando, quizá sin darnos mucha cuenta, intentamos rebajar la exigencia sin verdadero motivo, "escurrir el bulto". Es que no es obligación, discurrimos. Y le escuchamos en el fondo del alma: "¿Me quieres?" Y ya sabemos que a la pregunta por el amor se responde con la vida: "que obras son amores..."
Ayúdame, Señor, a decirte siempre que sí. Auméntame la fe para ver más claramente qué esperas de mí cada mañana y cada tarde. El "sí" de María, el día de la Anunciación, fue a ser Madre de Dios. El Verbo se hizo humano en sus entrañas, por el Espíritu Santo y su consentimiento. Nuestros "sí" a Dios de todos los días, se parecen a los que Nuestra Madre pronunciaba de continuo, amando a Dios en cada momento y circunstancia de la vida. Eran en María enamoradas afirmaciones –silenciosas casi siempre– de una conversación que no termina, como no terminan nunca las palabras de afecto en los enamorados, aunque sólo se contemplen. Madre mía enséñame a querer.


@Nessuna@
00martedì 28 marzo 2006 19:59
Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios
Martes cuarta semana de Cuaresma. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón.


Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios
Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.

“Volved a mí de todo corazón”. Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.

Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden la mano de Dios. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.

Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.

¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.

Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo. Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.

De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.

Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.

¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.

Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante —no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa—, ¿abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?
Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema —un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo—, he visto el plan de Dios sobre mi vida?

Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: “Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros”. Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.

Cuando yo miro un crucifijo, ¿me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.

Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?

¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?

Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.

El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: “¿Por qué me has abandonado?” pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: “¿Por qué me has abandonado?” es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿“Por qué me has abandonado”?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?

En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios.


P. Cipriano Sanchez - Catholic.net
@Nessuna@
00lunedì 3 aprile 2006 05:08
Cada uno de nosotros es un grano de trigo

Cada uno de nosotros es un grano de trigo
Jn 12, 24-26

Podremos hacer muchas cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo nuestra más importante y auténtica riqueza.

Dios ama al que da con alegría, y en el Evangelio escuchábamos una parábola de nuestro Señor sobre este darse. Darse significa que, como el grano de trigo, uno tiene que caer en la tierra y pudrirse para dar fruto. Es imposible darse con comodidad, es imposible darse sin que nos cueste nada. Al contrario, el entregarse verdaderamente a los demás y el ayudar a los demás siempre nos va a costar.

Vivimos en un mundo de muchas comodidades, y no sé si nosotros seríamos capaces de resistir el sufrimiento, cuando cosas tan pequeñas, tan insignificantes, a veces nos resultan tan dolorosas. La fe nos pide ser testigos de Cristo en la vida diaria, en la caridad diaria, en el esfuerzo diario, en la comprensión diaria, en la lucha diaria por ayudar a los demás, por hacer que los demás se sientan más a gusto, más tranquilos, más felices. Ahí es donde está, para todos nosotros, el modo de ser testigos de Cristo.

Tenemos que entregarnos auténticamente, entregarnos con más fidelidad, entregarnos con un corazón muy disponible a los demás. Cada uno tiene que saber cuál es el modo concreto de entregarse a los demás. ¿Cómo puedo yo entregarme a los demás? ¿Qué significa darme los demás?

Ciertamente, para todos nosotros, lo que va a significar es renunciar a nuestro egoísmo, renunciar a nuestras flojeras, renunciar a todas esas situaciones en las que podemos estar buscándonos a nosotros mismos.

Jesucristo nos dice en el Evangelio que todo aquél que se busca a sí mismo, acabará perdiéndose, porque acaba quedándose nada más con el propio egoísmo. La riqueza de la Iglesia es su capacidad de entrega, su capacidad de amor, su capacidad de vivir en caridad. Una Iglesia que viviese nada más para sí misma, para sus intereses, para sus conveniencias sería una Iglesia que estaría viviendo en el egoísmo y que no estaría dando un testimonio de fe. Y un cristiano que nada más viva para sí mismo, para lo que a uno le interesa, para lo que uno busca, sería un cristiano que no está dando fruto.

Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón, el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar; pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.

Es en la generosidad donde el hombre es feliz, y es en el egoísmo en donde el hombre es auténticamente desgraciado. Aunque a veces la generosidad nos cueste y nos sea difícil; aunque a veces el ser generosos signifique el sacrificarnos, es ahí donde vamos a ser felices, porque sólo da una espiga el grano de trigo que cae en la tierra y se pudre, se sacrifica, mientras que el grano de trigo que se guarda en un arcón acaba estropeándose, se lo acaban comiendo los animales o echándose a perder.

Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.


Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net

@Nessuna@
00mercoledì 5 aprile 2006 08:30


Miércoles 5ª semana de Cuaresma


Santoral: Vicente Ferrer
Martirologio y efemérides latinoamericanos: 5.4.1976: Juan Carlo D'Costa, obrero, Paraguay.
5.5.1989: María Cristina Gómez, militante de la Iglesia Bautista, mártir de la lucha de las mujeres salvadoreñas.



Daniel 3,14-20.91-92.95

Envió un ángel a salvar a sus siervos

En aquellos días, el rey Nabucodonosor dijo: "¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que no respetáis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he erigido? Mirad: si al oír tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, estáis dispuestos a postraros adorando la estatua que he hecho, hacedlo; pero, si no la adoráis, seréis arrojados al punto al horno encendido, y ¿qué dios os librará de mis manos?" Sidrac, Misac y Abdénago contestaron: "Majestad, a eso no tenemos por qué responder. El Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos. Y aunque no lo haga, conste, majestad, que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido."

Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. El rey los oyó cantar himnos; extrañado, se levantó y, al verlos vivos, preguntó, estupefacto, a sus consejeros: "¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?" Le respondieron: "Así es, majestad." Preguntó: "¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el horno sin sufrir nada? Y el cuarto parece un ser divino."

Nabucodonosor entonces dijo: "Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y prefirieron arrostrar el fuego antes que venerar y adorar otros dioses que el suyo."


Interleccional: Daniel 3

A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, / bendito tu nombre santo y glorioso. R.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R.

Bendito eres sobre el trono de tu reino. R.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines / sondeas los abismos. R.

Bendito eres en la bóveda del cielo. R.


Juan 8,31-42

Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: "Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." Le replicaron: "Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres"?" Jesús les contestó: "Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre."

Ellos replicaron: "Nuestro padre es Abrahán." Jesús les dijo: "Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre." Le replicaron: "Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios." Jesús les contestó: "Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió."



Comentarios a las lecturas

Miércoles 5 de abril de 2006
Vicente Ferrer

Dn 3,14-20.91-92.95: Envió un ángel a salvar a sus siervos
Salmo: Dn 3,52-56: A ti gloria y alabanza por los siglos.
Jn 8,31-42: Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres


Lo que Jesús va a decir a los “judíos que habían creído en él”, no solamente es crucial, sino que, con “facilidad”, quienes creen en él, hacen decir a estas palabras todo lo contrario de lo que quiso decir Jesús. Lo primero que dice es que el verdadero discipulado es aquel que se mantiene en su palabra, solo así conoce la verdad y ésta es la que da la libertad. Ante lo cual, los “creyentes” le reprochan que no necesitan más libertad que la de ser “raza de Abraham”. Para Jesús eso no es suficiente, pues el pecado es el que somete y los que dicen ser “raza de Abraham” buscan matarle. Ahí esta la raíz del pecado (esclavitud), con lo cual niegan todo discipulado de la Palabra. Para Jesús como para Abraham, matar es pecar. Por eso reprocha a los “hijos de Abraham” que no hagan las obras de su padre, quien se negó a matar a su propio hijo. Para Abraham no-matar es el principio de su fe, pero los “creyentes” lo contradicen totalmente al querer matar a Jesús. Y lo quieren matar por decir la verdad que oyó de Dios. Los “creyentes” no pueden admitir esa Palabra.




- Servicio Bíblico Latinoamericano
@Nessuna@
00giovedì 6 aprile 2006 22:05
Fecha publicación: 2006-04-06

El poder de la confianza en la misericordia de Cristo, según el predicador del Papa

El padre Cantalamessa comenta el Evangelio del Domingo de Ramos

ROMA, jueves, 6 abril 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del Evangelio de la liturgia eucarística del Domingo de Ramos --9 de abril-- del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap (predicador de la Casa Pontificia).



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Domingo de Ramos - B


(Isaías 50,4-7; Filipenses 2,6-11; Marcos 14,1-15,47)



¿Con Pedro o con Judas?



El Domingo de Ramos es la única ocasión, en todo el año, en que se escucha por entero el relato evangélico de la Pasión. Lo que más impresiona, leyendo la pasión según Marcos, es la relevancia que se da a la traición de Pedro. Primero es anunciada por Jesús en la última cena; después se describe en todo su humillante desarrollo.

Esta insistencia es significativa, porque Marcos era una especie de secretario de Pedro y escribió su Evangelio uniendo los recuerdos y las informaciones que le llegaban precisamente de él. Fue por lo tanto el propio Pedro quien divulgó la historia de su traición. Hizo una especie de confesión pública. En el gozo del perdón encontrado, a Pedro no le importó nada su buen nombre y su reputación como cabeza de los apóstoles. Quiso que ninguno de los que, a continuación, cayeran como él, desesperasen del perdón.

Es necesario leer la historia de la negación de Pedro paralelamente a la de la traición de Judas. También ésta es preanunciada por Cristo en el cenáculo, después consumada en el Huerto de los Olivos. De Pedro se lee que Jesús se volvió y «le miró» (Lc 22,61); con Judas hizo más aún: le besó. Pero el resultado fue bien distinto. Pedro, «saliendo fuera, rompió a llorar amargamente»; Judas, saliendo fuera, fue a ahorcarse.

Estas dos historias no están cerradas; prosiguen, nos afectan de cerca. ¡Cuántas veces tenemos que decir que hemos hecho como Pedro! Nos hemos visto en la situación de dar testimonio de nuestras convicciones cristianas y hemos preferido mimetizarnos para no correr peligros, para no exponernos. Hemos dicho, con los hechos o con nuestro silencio: «¡No conozco a ese Jesús de quien habláis!».

Igualmente la historia de Judas, pensándolo bien, en absoluto nos es ajena. El padre Primo Mazzolari tuvo una predicación famosa un Viernes Santo sobre «nuestro hermano Judas», haciendo ver cómo cada uno de nosotros habría podido estar en su lugar. Judas vendió a Jesús por treinta denarios, ¿y quién puede decir que no le ha traicionado a veces hasta por mucho menos? Traiciones, cierto, menos trágicas que la suya, pero agravadas por el hecho de que nosotros sabemos, mejor que Judas, quién era Jesús.

Precisamente porque las dos historias nos afectan de cerca, debemos ver qué marca la diferencia entre una y otra: por qué las dos historias, de Pedro y de Judas, acaban de modo tan distinto. Pedro tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero Judas también tuvo remordimiento, tanto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!», y devolvió los treinta denarios. ¿Dónde está entonces la diferencia? Sólo en una cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no!

En el Calvario, de nuevo, ocurre lo mismo. Los dos ladrones han pecado igualmente y están manchados de crímenes. Pero uno maldice, insulta y muere desesperado; el otro grita: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino», y se Le oye responder: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

Vivir la Pascua significa vivir una experiencia personal de la misericordia de Dios en Cristo. Una vez un niño, al que se le había relatado la historia de Judas, dijo con el candor y la sabiduría de los niños: «Judas se equivocó de árbol para ahorcarse: eligió una higuera». «¿Y qué debería haber elegido?», le preguntó sorprendida la catequista. «¡Debía colgarse del cuello de Jesús!». Tenía razón: si se hubiera colgado del cuello de Jesús, para pedirle perdón, hoy sería honrado como lo es San Pedro.

Conocemos el antiguo «precepto» de la Iglesia: «Confesarse una vez al año y comulgar al menos en Pascua». Más que una obligación, es un don, un ofrecimiento: es ahí donde se nos ofrece la ocasión de «colgarnos del cuello» de Jesús.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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